Llevamos años escuchando casos en los que un depredador sexual se esconde en grupos infantiles de deporte, en clubes de esplai, se hacen profesores para estar rodeados de críos, o sacerdotes, para ocultar sus abyectas intenciones. Nos horrorizamos siempre y a pesar de las medidas que se toman, nunca deja de ocurrir. Es fácil pensar por qué. Ellos son animales y dominan mil trucos para engañar, dar gato por liebre y ganarse la confianza de sus víctimas. Pasa lo mismo con algunas mujeres adultas, que se ven envueltas en tramas inverosímiles para ser enredadas en una estafa en la que cualquiera de nosotros pensamos que no caeríamos jamás, pero, ay, eso es porque nunca nos hemos enfrentado a estos artistas del camelo. Todas estas historias tristes me han venido a la cabeza al saber lo de Juan Carlos Monedero, justo después de lo de Íñigo Errejón y, seguramente, tantos otros. Imagino la situación.
Piojos
24/02/25 4:00
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