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Europa se ha hecho vieja. Le cuesta caminar, sufre de artrosis crónica. Ya no basta una operación de cirugía estética, que maquille sus defectos, sino que precisa de una intervención a fondo, casi una resurrección. El médico del que se fiaba, que en su día se llamó Marshall y que masticaba chicle, se ha jubilado de forma voluntaria. Tiene un nuevo amigo en la estepa, con el que pretende compartir negocios y de paso, el mundo. De hecho, ahora se van a reunir en Arabia, otro al que le sobra el petróleo, para repartirse Ucrania («tú te quedas con el Donbás y yo con la riqueza de las tierras raras, mientras Europa paga el coste de la fiesta, es decir la reconstrucción»). Esta será la factura de la paz a cualquier precio, mientras los dos dictadores democráticos ningunean a la Europa enferma, la que todavía quiere escribir con punta fina para combatir los decretos ejecutivos que Trump firma con un grueso rotulador.

¿Cuáles son los planes de Europa? ¿Esperar a que pase el tornado Trump para salir del búnker y realizar el control de daños? ¿Rezar para que la ultraderecha, alimentada por Elon Musk e inspirada por Trump, no alcance sus expectativas electorales? ¿Soñar con que nazca un líder capaz?

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Europa llega tarde. No ha sabido anticipar la llegada del lobo. Y ahora, dividida, no parece tener otra salida que acelerar una unión que le otorgue la vitalidad necesasaria para defender sus valores históricos. Y no puede tardar. Tic, tac, tic tac.... El próximo domingo los ultras de AfD serán, posiblemente, la segunda fuerza de Alemania.