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Semanas atrás comenzó el bombardeo mediático y de los opinadores de cabecera del Gobierno acerca del éxito que nuestra boyante economía estaba cosechando allende nuestras fronteras. «La mejor economía del mundo» decían que decía el «Financial Times», y la envida del ejecutivo -laborista, como no- británico. Infelices brits, qué van a decir los pobres tras la catástrofe económica que les ha supuesto el Brexit, ja hi tornaran a escuchar a populistas zumbados como Johnson y a irresponsables como Cameron.

La referencia al FT era, claro, una mera manipulación de un análisis que el prestigioso diario había dedicado a nuestra economía y que, a la vez que señalaba sus puntos fuertes -como el crecimiento y la reducción del endeudamiento-, los contrastaba con la paupérrima traslación de ese crecimiento al PIB per cápita. Es decir, España crece, sí, pero este crecimiento -paralelo a un rápido incremento de la población debido a la fuerte inmigración- no supone un mayor bienestar para los ciudadanos. Crecen las cifras porque somos muchos más, eso es todo. La economía privada de cada español apenas mejoró el último año un 0,1 por ciento.

Pero eso da igual, la consigna es la consigna y, en el manejo de la prensa afecta al régimen, Sánchez es un verdadero maestro. Contaremos lo primero y ocultaremos la evidencia de lo segundo y la gente tragará, aunque no llegue a final de mes. Porque yo lo valgo.

Si crece la economía global pero no la de cada individuo, quienes ganan son las cuentas públicas y, obviamente, la banca. Días atrás UH publicó la indecente cifra de beneficios -cerca de 32.000 millones- que está amasando la banca española pese al famoso impuesto que, obviamente, no pagan sus accionistas, sino los clientes.

El milagro económico de Sánchez consiste, pues, en que la banca se forre mientras crece la pobreza extrema en nuestro país -proliferan las chabolas, infraviviendas y caravanas-, incluso en una región con pleno empleo como la nuestra; nuestros jóvenes son los últimos europeos en encontrar empleo -tenemos la más alta tasa de desempleo juvenil- y su emancipación es solo un anhelo teñido de envidia hacia las afortunadas generaciones que les precedieron, que pudimos independizarnos de nuestros padres, mejorar progresivamente nuestro nivel de vida, adquirir una vivienda, un vehículo -o dos- y tener hijos. Algunos hasta han conseguido ahorrar o tener una segunda vivienda. Algo inimaginable hoy en día, en que ya solo pueden aspirar a encontrar un empleo no cualificado o por debajo de su cualificación, compartir un piso y adoptar un gato.

En la España de Sánchez, la riqueza general no se reparte, al menos entre los españoles.

El último episodio de esta burda campaña propagandística es la de la subida del SMI. La estrambótica rueda de prensa de anteayer, en la que las dos facciones del Gobierno se enzarzaron en público a cuenta de sus diferencias ideológicas, destaparon que el verdadero propósito de Sánchez y de su asistenta María Jesús Montero era únicamente recaudar más IRPF, aunque fuera a costa de la subida del salario -totalmente justa- de quienes menos ganan. Al pobre que le vayan dando, y, mientras tanto, los máximos accionistas de la banca acabarán votando socialista y pidiendo la canonización de Pedro Sánchez.