La inmensa mayoría de las personas queremos trabajar menos y cobrar más. Forma parte de la condición humana. Por muchos sermones que se hagan sobre el espíritu emprendedor y la cultura del esfuerzo vivimos en una sociedad hedonista. Reducir la jornada laboral conecta con esta actitud de fondo.
Lo que sucede es que la reducción de las horas de trabajo tiene una relación problemática con una economía basada en el turismo y su estacionalidad. En nuestra roqueta una importante masa laboral no trabaja o trabaja poco durante unos meses, y trabaja a destajo los meses de verano. En el conjunto español algo similar pasa, porque más allá de los deseos industrializadores y apuestas teóricas por las nuevas tecnologías, el sector servicios es una gran locomotora productiva del estado.
Seguramente en determinados ámbitos trabajar como máximo 37,5 horas a la semana tenga su lógica y sea viable. Generalizar tal medida, en otros ámbitos, puede acentuar dos de los grandes males que estamos padeciendo. El primero, unos asalariados que no reciben ingresos suficientes para desarrollar una vida digna. El segundo, unas empresas que tienen enormes dificultades para encontrar alguien a quien contratar.