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Algunos inversores ya habían dispuesto sobre la mesa miles de millones de dólares para que las empresas dedicadas a desarrollar la inteligencia artificial aceleraran sus resultados. Hay mucho cacareo sobre el tema, pero lo cierto -al menos a nivel de usuario corriente- es que los progresos son deficientes. Se ha avanzado, por supuesto, pero todavía parece un bebé que intenta empezar a caminar. Dicen los que saben que la progresión será exponencial, porque se van acumulando mejoras, y sin duda ahí cobra sentido la alianza de Donald Trump con los grandes del sector, a los que ha comprometido quinientos mil millones para impulsar la evolución de eso que no sabemos qué consecuencias tendrá.

Como en toda revolución o cambio de paradigma, se establecen a partes iguales quienes solo ven peligros y hecatombes tras la IA y quienes, en el otro extremo, bendicen cada pequeño paso de avance porque creen que, al final, serán las máquinas las que liberen al ser humano. Como en casi todo, me temo que lo racional está en el término medio. Si analizamos todas las revoluciones económicas, sociales y tecnológicas habidas hasta hoy concluiremos que estamos mejor que nunca. Pero… nadie ha logrado acabar con la esclavitud en la que seguimos sobreviviendo la mayoría, aunque hoy en día lo hagamos en condiciones más confortables que siglos atrás. Por eso creo que la IA vendrá para lo que viene todo lo que se impulsa desde el poder: para enriquecer a los ya privilegiados, para lograr metas militaristas inimaginables, para blindar a los poderosos y, en cierta pequeña dosis, para facilitarnos la vida cotidiana a las masas en formas quizá poco importantes. Ni nos liberará ni habrá gobernantes interesados en ello.