Hasta hace unos meses, cuando se empezó a investigar judicialmente a Álvaro García Ortiz, fiscal general del Estado, yo ni siquiera sabía que la revelación de secretos, base del periodismo y también del generalizado cotilleo o chismorreo malicioso, fuese un delito. Y de los gordos, por lo visto. ¿Y si tales secretos ya habían sido revelados antes? Ah, esa es la gran cuestión que satura la actualidad española, llena a diario páginas de prensa y tiene en vilo a la judicatura, la Fiscalía y el Gobierno. Si el fiscal general reveló esos secretos un día antes o después de su pública revelación, o sólo diez minutos antes o después, que para el caso sería lo mismo. Asombroso de qué cosas depende nuestra actividad política. Y eso que todavía no sabemos, o al menos yo aún no lo sé, si revelar secretos ya revelados previamente (digamos un minuto antes) sigue siendo delito grave. Todo puede ser, porque el otro día mientras me zampaba un revuelto de alcachofas y espárragos, me enteré por el telediario de que el juez del Supremo Ángel Hurtado, que investiga al fiscal y del que por cierto ya conocemos bastantes secretos por la prensa, ha pedido a Google y WhatsApp datos y mensajes del investigado.
Oraciones
Revelación de secretos
24/01/25 4:00
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