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Parece ser que ahora los intelectuales -antaño una clase respetada y minúscula y hoy una tropa de famosetes del mundo cultural y digital- animan a dejar de ver series de televisión y a leer mucho menos para alcanzar la anhelada claridad mental. Han descubierto América. Para ser supuestamente sabios y cultos, deberían aprender algo sobre meditación, soledad, ayuno, ascetismo. Son prácticas que acumulan miles de años, así que deberían conocerlas. El caso es que ahora la droga que te nubla la mente es el móvil y las aplicaciones de redes sociales. Y el afán por leer mucho se ha convertido en una especie de competición númerica, según dicen. Habría que analizar punto por punto estas cuestiones, pero a bote pronto la solución es bien fácil: ignorar la tiranía digital. Yo lo veo facilísimo.

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De hecho, en cuanto llego a mi casa dejo el móvil enchufado para cargarse en la cocina y paso largas horas sin él. Si alguien me busca por whatsapp ya lo veré después. Si alguien llama, lo mismo. ¿Qué de imprescindible me he podido perder en Instagram? Alguna famosilla que está muy buena y hace monerías con su perrito. ¿O en Twitter? El comentario facha de turno del seguidor de turno -seguramente un bot de pago- del Vito Quiles de las narices. Me niego a dejar de ver series. Me niego a dejar de leer. Son mis refugios privados, mis mundos personales, imaginarios, divertidos, emotivos, llenos de aventuras, de romance, de guerras y drama, de lugares y épocas históricas que de otro modo nunca podré vivir. Si los intelectuales de hoy son unos yonquis incapaces de poner freno a las redes o ver una serie capítulo a capítulo y dejan de dormir para mirar el móvil, su problema no es la niebla mental, sino las adicciones.