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Hay tres tipos de narradores: los que tienen alma de poeta, los que tienen alma de filósofo y los que tienen alma de contador de historias.

Los primeros aman, por encima de todo, las palabras. Para estos, el argumento, la trama, los personajes son un mal necesario, la excusa que precisan para poder desplegar su fraseo, sus imágenes, sus metáforas…

Los que tienen alma de filósofo aman, por encima de todo, las ideas. Para estos, como sucede con los narradores-poeta, el argumento, la trama, los personajes son un mal necesario, la excusa que precisan para poder desplegar sus reflexiones, sus teorías, sus juegos conceptuales…

Por último, los narradores que tienen alma de contador de historias aman, por encima de todo, los argumentos, las tramas, la creación de personajes… Para estos, las palabras son meras herramientas con las que construir sus relatos. No las aman especialmente, aspiran a utilizarlas con corrección para que su uso no entorpezca el desarrollo de su historia. Respecto a las ideas, estas simplemente están ahí, en los hechos narrados.

Imagino que todos o casi todos guardamos en nuestro interior a un poeta, a un filósofo y a un contador de historias. Lo que ocurre es que siempre hay uno que sobresale.