En las zonas más afectadas por la tragedia de Valencia han aparecido agentes inmobiliarios, disfrazados con camisetas verdes y la palabra voluntario, ofreciéndose supuestamente para tramitar la recuperación de escrituras a cambio de recoger datos personales de afectados, sin protección ni explicación, y para gestionar la venta de inmuebles con ofertas de entre 9.000 y 15.000 euros. Son prácticas miserables de fondos financieros tras los que esconden su identidad sujetos sin escrúpulos que se ceban con las desgracias ajenas, sin más función que la de alimentar su insaciable avaricia. Llamarles fondos buitre es injusto, pero para los buitres.
De algunos barrios los han expulsado los vecinos, pero quedan preguntas. ¿Por qué dos meses después siguen sin llegar las ayudas para retirar lodos infiltrados y hacer habitables las viviendas? ¿Las instituciones van a consentir que un mercado inmobiliario, que ya es desastroso para la población trabajadora en general, se aproveche aún más de la situación de precariedad y desesperación de la gente? ¿Qué esconde tanto retraso en ayudas y soluciones y tanta maniobra especulativa en la zona afectada? Hay un antes y un después de esta tragedia y tenemos mucho que aprender. Para empezar, que la organización vecinal es básica y la propuesta de crear comités locales de reconstrucción muy necesaria, porque solo un pueblo organizado puede sortear estas amenazas y abordar los retos de un proceso de reconstrucción digno y acorde a sus necesidades.