Setenta y pico años atrás, por estos días agosteños, mi familia se instalaba en la desierta Cala Galdana, junto al río, en una tiendita de campaña color naranja, recién incorporada a la modernidad, adquirida por mi padre en uno de sus viajes por la Península. Había otras dos tienditas, familias conocidas, junto a nosotros. Nadie más en aquel lado. En el otro, enfrente, había unas pocas cuevas, habilitadas, donde unas familias pasaban la estadía… Llegábamos nosotros a esta imponente playa desde Ciutadella, por mar, en barca, cual taxi, al no haber todavía coches ni siquiera públicos, a no ser el autobús que recorría los pueblos de la Isla, desde no hacía de todos modos tanto tiempo. Bajábamos los enseres del bote y nos instalábamos bajo los pinos… Para cubrir las necesidades batíamos los alrededores de la cala… Íbamos a proveernos de agua, a pie, por un sendero, a través del pinar, a la fuente natural de Cala Macarella; huevos, fruta y hortalizas a un predio relativamente cercano, de nombre Santa Rita o algo así, no me acuerdo en verdad del nombre de la santa; y el pan y otras necesidades las traía un joven, no sé si a diario o cada dos días, en bicicleta, desde Ferreries, pues coches no había…
Palabras para un libro
Cala Galdana
20/12/24 4:00
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