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Basta mirar la cara desgastada del líder de la oposición señor Feijóo, casi siempre entre el pasmo y la crispación, con la mirada errática y las comisuras de la boca dibujando una mueca de amargura, para darse cuenta de que la irrealidad en la que vive, convencido hace años de que el presidente del Gobierno debería ser él porque ganó las elecciones (o por vía judicial), le está pasando factura. Y cada día que tal cosa se demora, algo incomprensible para el señor Feijóo, es como una losa sobre sus espaldas que le entorpece los movimientos y le agria el carácter. Esto es común cuando se vive en la irrealidad, y ni así se cumplen las expectativas. Porque la irrealidad es muy traidora, sus leyes son muy distintas de las del mundo real, y si durante un rato parece un lugar cómodo, a la larga deja de serlo y te machaca. Yo recomendaría al señor Feijóo, que no tiene por qué hacerme caso a mí, que se fijara en su colega francés Macron, un maestro en el arte de manejarse en ámbitos irreales sin darse por enterado. Y no sólo manejarse, sino habitar en su fantasía con gran desparpajo y elegancia francesa. Un espectáculo, este Macron, y no te digo si le añades monumentales festejos en Notre Dame, símbolo cultural que inventó Víctor Hugo. Ese hombre sí que sabe vivir en un mundo irreal, sin sacar cabeza ni para respirar. Irritado por el auge europeo de la ultraderecha, convocó elecciones para afianzar su posición, y cuando lejos de afianzarla la debilitó, ignoró a un Parlamento con mayoría de izquierda nombrando primer ministro al conservador Michel Barnier, que duró cuatro días. ¿Le devolvió esto a la dura realidad? Para nada. Al contrario. Levantó una ceja y volvió a repetir la jugada (desparpajo elitista, dicen los franceses), nombrando al centrista François Bayrou, que es lo mismo pero más impetuoso. A Macron no hay quien le saque de sus ensoñaciones, los hechos le traen sin cuidado. Que es lo que hay que hacer para acomodarse bien en la irrealidad. Pasarse la realidad por el forro con elegante displicencia, sin perder las formas. Debería tomar nota el señor Feijóo, así como todas las multitudes que aspiran a vivir en la irrealidad. Primero, aprendan cómo se hace.