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Se ha extendido últimamente la costumbre de formular la pregunta que da título a este artículo. Huele a ironía. Lo malo, sin embargo, es que lo que subyace bajo ella tiene poco de gracioso y está cada vez más interiorizado por una sociedad que –a tu entender– ha enfermado. Puede que la interrogante sea el fruto de experiencias vividas en reuniones navideñas anteriores, negativas, esas en las que el abuso del alcohol inhibió la prudencia; en las que resucitaron recuerdos ingratos; en las que se reabrieron heridas mal cicatrizadas, etc… Y, ante el temor de que esos desencuentros se reproduzcan, optéis por la huida. Afloran, entonces,    las excusas, los viajes forzados y las inasistencias de última hora… No obstante, este tiempo no habría de ser de ausencias, sino de reencuentros. Para clarificar lo que, a lo mejor, fueron simples malentendidos, para reconciliaros, para meteros en la piel del otro e intentar entender lo que no comprendéis, para expulsar de vuestro interior lo que de negativo habite en él y dejar así espacio para lo que verdaderamente importa: el amor.       

Es tarea difícil. Y más aún cuando el Capitalismo ha convertido los buenos deseos en cargos a vuestras tarjetas de crédito; la predisposición a ser mejores en excesos; las luces interiores en exteriores; la felicidad en compras y la querencia en el regalo más caro, pero no el anhelado y gratuito…

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Tal vez sería pues conveniente recordar qué se está realmente conmemorando: el nacimiento de Cristo. Para los creyentes el Hijo de Dios y para los agnósticos -¿por qué no?- la existencia de un líder que luchó por los más débiles, por los marginados, por los pobres, por las mujeres enfrentándose, por ellos, al poder político y religioso de la época. Sus valores son perfectamente válidos tanto si uno se profesa creyente como no. Porque, en ambos casos, hay un claro nexo de unión: la lucha por la Justicia… Navidad, desde esta perspectiva, deja de ser lo que actualmente es y que nada tiene que ver con lo que siempre debería de haber sido. No es un juego de palabras…

Navidad constituye, por ende, exigencia de arreglar lo cercenado, de coser, de rectificar… Y exige un análisis de la propia conciencia. Es curioso como os sometéis a infinidad de chequeos para valorar el estado de vuestra salud corporal, sin que, paralelamente, os importe un bledo el de vuestra alma… Buena época, por tanto, para echarle un vistazo, para ser lúcidos, para constatar y aceptar los errores cometidos, para repararlos en la medida de lo posible y alimentar el deseo de no repetirlos. Esas son las luces, esos los adornos, esos los obsequios, esos los signos auténticos de un tiempo propicio para el cambio…

Y, después de lo dicho, no rehuyáis a vuestros familiares, ni a vuestros ex amigos. Más bien salid a su encuentro para darles y/o recibir ese abrazo que a lo mejor ambos deseabais y se sajó por mor del orgullo… Es tiempo de pedir perdón y darlo. De olvidar. De vivir el presente y el futuro con mayor empatía y caridad…    Así, cuando os formulen la pregunta de las narices, podréis contestar con un contundente y alegre    «¿La Navidad? ¡Muy bien, gracias! En familia. ¡Cojonudo!»