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El problema de los talismanes, amuletos y objetos rituales de la buena fortuna, así como los que ahuyentan malos espíritus, realizan diversos conjuros y sirven para la protección personal, es que se pierden mucho, y los pongas donde los pongas, incluso si los llevas siempre encima en forma de colgante o en un pequeño bolsillito exprofeso, más pronto o más tarde se extravían sin remedio. Ya no están donde tendrían que estar, han desaparecido, y prueba de ello es la cantidad extraordinaria de este tipo de objetos, desde luego muy simbólicos, que encuentran los arqueólogos a poco que se pongan a rascar en cualquier terreno. Si hay restos de alguna civilización, habrá talismanes, objetos mágicos y amuletos, todos muy simbólicos y cargados de signos indescifrables, pero que ya no están con su dueño, al que debían proteger y dar suerte.

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Se perdieron, dejaron de funcionar. Esta tendencia al extravío hace que muchos escépticos no se fíen, ya que si el talismán no pudo preservarse a sí mismo, cómo iba a proteger a nadie de espíritus malignos, ni a otorgar fortuna en la batalla o en el amor. En mi opinión, este juicio es demasiado severo, porque una cosa no tiene que ver con la otra, y un buen talismán puede ser efectivo, y a la vez, perderse mucho. También se pierden las gafas, las llaves, los audífonos, los encendedores, etc. Yo de joven tuve un raro talismán muy poderoso, con forma y tamaño de marcapáginas, que compré por 9 pesetas en una librería de lance. De aspecto ancestral y cubierto de signos afectivamente indescifrables, pero muy emblemáticos. No eran celtas, ni griegos, ni parecían chinos, aunque claro… Yo no soy un experto en simbología.

El caso es que durante casi una década lo conservé metido en Los tres mosqueteros, por la página en la que Athos, encerrado en la bodega de una posada del camino, pilla una curda extraordinaria con cierto vinillo de Burdeos, y no sólo me protegió de todos los males naturales y espirituales, sino que tuve una potra increíble. Pese a mi mala cabeza, todo me salía bien. Hasta que, iba diciendo, se extravió. Han pasado más de 40 años, y estoy convencido de que desapareció en mi beneficio. Quién sabe dónde estará enterrado.