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Hoy empezaremos, queridos lectores, dándole la palabra a los que escriben bien. El poeta Gabriel Celaya escribió «La poesía es un arma cargada de futuro» y allí nos dijo: «poesía para el pobre, poesía necesaria, como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto…».

Y la poetisa Patricia Olascoaga en su obra «Tenemos la canela» nos deja estas desgarradoras pero necesarias líneas: «Detrás de una camiseta de tres euros hay dos pobres: el que compra y el que cose. Cada uno en una parte del mundo. En el medio el explotador, que une la necesidad de las dos pobrezas en su beneficio».

Nunca, en los cerca de ochocientos artículos que llevo escritos habrán leído algo con tanto talento como lo escrito en el primer párrafo, obviamente porque no son mis palabras. Uno con sus limitaciones hace lo que buenamente puede, pero si hay algo que me une al gran poeta y a la gran poetisa, que no es el ingenio, salta a la vista, es la carga social que considero indispensable darle a cada artículo. Se supone que estoy en la sección artículos de opinión y si no uso mi espacio para ejercitar el derecho a réplica y el pensamiento crítico y para ir siempre contra el poder que explota y estar siempre al lado de los explotados, ¿para qué carajo sirve perder el tiempo juntando letras con lo bien que estaríamos compartiendo unas Grahame Pearce bien fresquitas con los amigos?

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Lo he puesto en el título para que quede claro, lo siento, pero no soy el vecino devoto cristiano de Hommer Simpson, el empalagoso Ned Flanders. No me gusta poner la otra mejilla. Creo que para ser considerado ser humano hay que ser antifascista con mayúsculas, sin medias tintas ni tibiezas, miren lo que está pasando por no llamar a las cosas por su nombre. Combatir los martillazos de los explotadores con suaves palabritas en diminutivo al estilo Flanders es más inútil que la solidaridad para un neoliberal, que la empatía para un fascista, que la homeopatía para curar el cáncer, que un cubo de Rubik para un daltónico, que un kilo de panceta para un vegano o que una cerveza caliente con trazas de algarroba, les juro que una vez intentaron vendérmela, es el salvaje capitalismo amigos.

Estoy muy agradecido al Diario por estos años de viaje compartido, el agradecimiento es sincero y hondo, por eso lo hago público, pero últimamente siento que el traje me aprieta, que saltan las costuras y que no tengo ganas de confrontar con el sastre porque me ha tratado muy bien. Y al mismo tiempo respeto que para el sastre puede ser muy cansino bregar con alguien a quien en el fondo no le gustan los trajes y que además anda estirando el chicle más de la cuenta.
Repito, lo siento, pero ante un ataque tan brutal por parte del poder, no me sale escribir de otra manera. Y como no se trata de hacer el viaje incómodo a ningún compañero, y como la educación y el respeto nos diferencian de un nazi, por ejemplo, nos damos los dos artículos que quedan hasta fin de año para despedirnos con alegría que es lo mínimo que nos merecemos. Lúpulo y feliz jueves.

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