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Quienes no hemos salido de viaje este pasado puente y nos hemos quedado en casa al abrigo de las inclemencias del tiempo, si es que llegan, sabemos que no es para llorar. Hemos dado algún corto paseíllo solo para aprovechar los momentos en que la lluvia cae fina y casi imperceptible y hasta habremos dejado el paraguas en casa porque nos gusta llevar la contraria a los partes meteorológicos. Luego, cuando solo llevamos quinientos metros andando se nos cae un chaparrón encima y adiós muy buenas, y aquí no valer cabrearse con la madre naturaleza porque quien avisa no es traidor. Imagino también que algunos se habrán acordado de la Constitución, la culpable de este pasado puente que nos habrá permitido no pegar chapa durante tres días, y para los peluqueros uno más. También habrá  quienes renegarán de ella, pero ojito, que no nos la quiten que nos quedamos sin fiesta.

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Entre nosotros, yo creo que los hombres y mujeres del tiempo disfrutan cuando nos dicen que va a llover fuerte y con vientos que tumban, mucho más que cuando nos anuncian sol radiante y temperaturas playeras, y si no, fíjense ustedes con qué soltura y amplia sonrisa aparecen en los platós de TV para decirnos que nos olvidemos de hacer planes. Los únicos que salen bajo la lluvia y la mar de felices son los caracoles, tal vez porque al llevar la casa a cuestas se sienten más seguros, aunque al final nos los comamos. Y es que eso de la felicidad y plena seguridad no abunda, y me pregunto si será porque vamos demasiado rápido, mucho más que ellos.