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La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, a la que tanta gente aborrece y de la que tanta otra se ríe, está llevando a cabo una encomiable labor de zapador con el objetivo de devolver a los maltratados trabajadores españoles algo de la dignidad perdida. Léase subida salarial y mejora de las condiciones laborales.

Reducir la jornada es la meta más inmediata, a la que seguirá, parece ser, la subida del precio del despido, tantas veces reducido en las últimas décadas. Incapaces de pactar acuerdo alguno, los empresarios han abandonado la negociación y el Gobierno ha decidido seguir por su cuenta con la propuesta que llevaba en la cartera: 37,5 horas semanales.

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El líder de UGT, Pepe Álvarez, apunta que eso solo es el principio, porque los sindicatos desean la jornada semanal de cuatro días. Sin calibrar las consecuencias, seguramente eso dispararía el consumo privado y animaría la economía, porque los españoles no saben estar en su casa y se dedicarían tres días a la semana a pasearse de aquí para allá gastando con alegría. Pero, ay, las cuestiones prácticas tienen la fea costumbre de toparse con la realidad, que es la que manda. Y esa realidad dice que cuadrar plantillas que solo trabajan cuatro días supone un verdadero quebradero de cabeza para cualquier empresa. Especialmente en un país de servicios, como es el nuestro.

«Queremos parecernos más a Alemania que a Grecia», dice ufano el sindicalista a la hora de loar sus ambiciones. Claro, sería un sueño disfrutar de los salarios y la productividad germánicos, pero por desgracia Grecia está mucho más cerca de España que el gigante industrial teutón. Allí manda el turismo, la agricultura tiene cierto peso y la industria ni está ni se le espera.