Como cada semana tiene su afán en la política, esta la protagoniza el comisionista Aldama. Hace poco más de un mes fue el escándalo Errejón, que a su vez fue opacado por le negligencia e inoperancia del presidente valenciano Mazón, que ahora pasa a segundo plano.
Y mientras, los ciudadanos de los pueblos anegados siguen con el sistema del alcantarillado colapsado, rodeados de malos olores y el riesgo de infecciones. ¿Pero eso a quien le importa?
Volviendo al último escándalo nacional: las declaraciones ante el juez del comisionista Aldama, y su privilegiada relación con el poder. Resulta llamativo que Pedro Sánchez, poco partidario de hacer declaraciones a pie de coche, se parara el otro día ante los informadores del Congreso de los Diputados para desmentir, en tono displicente, las acusaciones del amigo de Ábalos.
De momento, y mientras no se demuestre, todo son presunciones, pero, visto el devenir del «caso Ábalos», y de su mano derecha Koldo, parece difícil que el discreto número tres del PSOE y, como Ábalos mano derecha e izquierda de Pedro Sánchez, Santos Cerdán, tenga la renovación asegurada en el 41 Congreso Federal que se va a celebrar en Sevilla en unos días.
Santos Cerdán fue quien colocó al robusto Koldo con Ábalos y se lo trajo de Navarra donde ejercía de guardaespaldas. Indudablemente fue una pésima recomendación.
Lo que nos llevaría a la conclusión de que las fidelidades inquebrantables no suelen ser mérito suficiente para trepar en la administración. La foto de Sánchez con Ábalos y Santos Cerdán, cuando recorría España en su coche buscando recuperar el liderazgo, debe ser igual de incómoda que la de Aldama.
Cuando uno llega al poder, sea nacional, autonómico o municipal, debe rodearse de los más competentes y preparados, no de las fidelidades inquebrantables porque, además, estas no existen y no sirven a la ciudadanía.