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Todos tenemos o deberíamos tener a nuestros profesionales de cabecera. Un médico de familia, un psicólogo o psiquiatra o filósofo, un asesor fiscal, un mecánico, un frutero... Le recomiendo que también incorpore a la lista a un buen periodista. Lo decía Fernando Jáuregui en la entrevista publicada el viernes:«La información es el bien más importante tras los de la vida y la integridad física». El veterano periodista ha ofrecido la conferencia inaugural de las jornadas sobre «prensa y comunicación social en la España democrática» y también ha dejado algunas ideas básicas, como que nunca hemos estado peor informados que ahora.

La avalancha de datos y la facilidad para el acceso directo a múltiples ofertas informativas no provoca un avance en la calidad de la información. Pero la responsabilidad básica no es de la «aldea global», ni de las nuevas tecnologías (TIC),ni de la inteligencia artificial (IA). La responsabilidad sigue estando en manos de algo tan simple como la relación entre emisor y receptor, entre un emisor profesional y honesto -deberían ser sinónimos- y un receptor crítico y reivindicativo.

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El buen periodista debe ser además bueno. No puede vivir de las trincheras partidistas, ni de los argumentarios oficiales, no debería dejarse llevar por la agenda impuesta por otros poderes, ni dejar de ser un agente crítico con el poder para ejercer con eficacia la intermediación en el derecho a la información veraz que la Constitución reconoce a los ciudadanos.

Los receptores no pueden dimitir de ciudadanos y deben valorar y dar importancia a quien les informa. Es mucho más importante preguntarse de quién me puedo fiar, quién intenta contarme la verdad, que no decidir quién tiene razón y hacerse suscriptor de un grupo que se retroalimenta, que prescinde de la capacidad crítica y que fomenta el sectarismo.

Muchos creen que la batalla está perdida. Pero quizás si no se puede trabajar para una mayoría, habrá que hacerlo para las minorías, en defensa de la democracia.