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Les ocurre algo a los libros que vuelves a leer años después de la primera vez: la letra se ha hecho más pequeña. Y te preguntas si conforme vayan pasando los años irá empequeñeciendo todavía más hasta que llegue a desaparecer por completo. Quizá las páginas se queden completamente en blanco o, incluso, se evaporarán y quedará vacío el espacio que ocupaba el libro en la estantería. Esa, que las letras vayan haciéndose más pequeñas, es una posibilidad. Otra es que lo único que ocurre es que vas perdiendo la vista con el paso del tiempo. Mucha gente podrá recordar que la primera vez que se dio cuenta que necesitaba unas gafas fue tras intentar leer un texto. Dicen que rondando los cuarenta llegas a la ‘era presbicica’ o así. La primera opción, la reducción progresiva de las letras de los libros con el paso del tiempo, tiene más encanto que la segunda; es más poética, más misteriosa, menos ‘lógica’ digamos, lo que te permite compartirla con más gente.

Qué sentido tiene abrir una conversación o cómo vas a captar interés en las redes o en público hablando de cómo estás de la vista. Y eso sucede con casi todas las historias, lo lógico no vende nada, no consigue atraer a nadie. Igual por eso es tan fácil seducir al personal con teorías sobre la conspiración y sobre planes secretos de las élites para hacer según qué cosas. Supongo que, aunque no solo por eso, también la búsqueda de explicaciones fabulosas y ajenas a la realidad, ha ayudado a la mayoría de Trump en las elecciones. Lo que sucede es que cuando alguien así llega al poder (y eso ya se vio) todo se normaliza, empiezas a asumir que las mentiras se convierten en realidad. Y no hace falta ir tan lejos. La vida política estatal, también la balear, está llena de versiones dobles de lo mismo. Pero casi siempre la que prospera es la más imaginativa o fantasiosa. Casi siempre alejada de la realidad.