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Es el vocablo de moda, el que define la política de la izquierda social en el mundo occidental. Si, literalmente, el término inglés woke significa ‘desperté’, lo cierto es que, tras su salto a la esfera política hace unas décadas, actualmente denota lo que podríamos llamar ‘progresismo políticamente correcto’, es decir, el que encarna los etéreos valores que ha ido asumiendo la izquierda a falta de unas bases ideológicas que la tozuda realidad ha triturado en los últimos ciento siete años de socialismo real materializado en las más sanguinarias y crueles dictaduras.
Por mera supervivencia tras la caída del Muro de Berlín en 1989, los líderes de la progresía europea y norteamericana han ido acogiendo bajo su regazo toda suerte de movimientos y colectivos alternativos a los modelos sociales tradicionales, aunque fueran abiertamente contradictorios e incompatibles entre sí, como ha sucedido en los últimos años con el enfrentamiento entre el feminismo y la llamada ideología de género llevada al extremo. Si cualquiera, sin más que su simple manifestación de voluntad, puede llegar a ser considerado como mujer con todas las consecuencias legales que ello acarrea -pues la biología aún se les resiste-, entonces el feminismo tiene un problema y de los gordos.

Pero eso importa poco. Lo importante es cautivar al número suficiente de ciudadanos atraídos por uno u otro de estos movimientos y hacerles creer que la izquierda los protege a todos frente a la siempre pérfida derecha, que tanta querencia tiene por el fascismo, aunque en todo el planeta no haya actualmente una sola dictadura fascista y sí bastantes comunistas. Pero el relato es propiedad de la izquierda, y el centroderecha europeo se ve incapaz de hacerle frente con argumentos, llegando a asumir su terminología y a agachar la cabeza ante el cúmulo de despropósitos y censuras que conlleva lo woke. Porque, si en un principio era únicamente un referente pseudoideológico, en países como España, gobernados por elementos tan faltos de fundamento intelectual como Pedro Sánchez se está convirtiendo en dogma de fe y, por supuesto, su transgresión, no ya en pecado, sino en delito.

La llamada «Memoria Democrática» o revisionismo histórico al ritmo de la Internacional es el mayor ataque a la libertad de expresión desde la muerte de Franco, hace ahora 49 años.
Que se lo digan, si no, a la Asociación de Amigos de San Carlos, entidad que había organizado en Palma una conferencia que versaba sobre aspectos de la historia de la División Azul.

Naturalmente, en la España sanchista hay temas de los que no se puede hablar, y menos si uno se sale de la línea marcada por el poder político woke. Como que el Instituto de Historia y Cultura Militar lo dirige un general, y al generalato se llega no solo por méritos militares, sino, sobre todo, por afinidades políticas, Antonio Ruiz Benítez -militar con antecedentes de sectarismo galopante- siguió estrictamente las consignas ideológicas del Gobierno y vetó la conferencia porque su contenido era ‘inadecuado’, o lo que es lo mismo, que al PSOE y sus mariachis les produce urticaria que se divulgue un capítulo muy relevante de la historia de nuestras fuerzas armadas y su intervención en la II Guerra Mundial para luchar contra Stalin.