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En una época atribuí la conflictividad a la convivencia; era porque había otros en los que había peleas y guerras. En la Biblia, un capítulo del Génesis narra el caso de una mujer que, primero, se supo estéril y, luego, encinta. Rebeca llevó a cabo el embarazo como una escisión personal interna notando que «los hijos se entrechocaban en su seno». Más tarde, oyó una explicación: «dos pueblos hay en tu vientre, dos naciones que, al salir de tus entrañas, se dividirán». Me pregunto cuál es, en el humano, el conflicto primordial: ¿el social de los hermanos gemelos que se pelearon o el individual de la madre que los alumbró? El choque más letal, ¿proviene de las contrariedades que a uno le sobrevienen al convivir o de las contradicciones que uno mismo alberga en su adentro? Lo más decisivo, ¿es la alteridad ajena o el desdoblamiento propio? Sospecho que para explicar el caos humano no importa apelar siempre a alguna adversidad externa, a menudo basta apelar a la escisión interna en cada uno. Antes que los hermanos representasen el paradigma del conflicto social al confirmarse que «Esaú se enemistó con Jacob» (Gn 25, 41), una sola persona había representado el conflicto individual al preguntarse Rebeca: «Siendo así, ¿para qué vivir?» (Gn 25, 22). Una persona única no posee menos entresijos que una comunidad plural. El ‘yo solo’ es tan complicado como el ‘todos juntos’.