No tenemos un Ministerio de Energía. Disfrutamos de una quimera para una transición ecológica (que ni siquiera energética) justa, renovable y accesible que habrá de conducirnos al soñado paraíso de la soberanía (esta sí que sí) energética. Esta quimera, como buen monstruo mitológico, goza de las ventajas de la bicefalia. Incluye un Reto Demográfico, quimérico como todo desafío ensoñado por políticos fantasiosos, que habrá de vertebrar el pensamiento de una gobernanza para una cohesión territorial desde la lógica de la cooperación entre todos los niveles. Tenemos, como se ha visto estos días, una quimera.
Tenemos un Ministerio de Política Territorial que define su propia misión en su página oficial como la de ejecutar la política del Gobierno en materia de (¡no lo adivinarían nunca!) Política Territorial; lo que no se sabe si es quimera o simplemente simpleza. También tiene dos cabezas pues, con la otra mano trata de las niñerías de la Memoria frente a la historia. Tenemos, como se ha visto estos días, una quimera.
Tenemos otro para los Transportes que, cuando no es noticia por los retrasos y las cancelaciones, lo es por las desvergonzadas declaraciones de su titular. También se desdobla: pretende la Movilidad Sostenible aunque tiene el buen sentido de no detallar en qué pueda consistir semejante cosa. Les diré el porqué, se trata de una quimera. Tenemos uno de Economía y otro de Trabajo y ¡Economía Social!, que como relativa a la sociedad es, por lo visto, una muy otra cosa: una quimera, vamos. El de Defensa garantiza la cercanía al ciudadano y se manifiesta acorde a los retos del siglo XXI. Como se ha visto estos días, una quimera. El de Interior parece considerar, él mismo, nuestra existencia como país una mera quimera.
Tenemos en conjunto, un Gobierno nacional fantasioso capaz de juzgar las acciones de unas autonomías ilusorias con cuyas competencias compite y que son capaces, a su vez, de juzgar sus reacciones y competirle sus competencias. Tenemos una enorme suficiencia para todo lo imaginario, lo rocambolesco, lo inextricable y lo futurible. En cuanto a eso lo sabemos todo. El futuro habrá de ser sostenible, biodegradable, justo, justiciero, social-socialista y libre de todos cuantos pecados heredamos de lo patriarcal, lo capitalista o lo liberal. Viviremos -ya lo estamos haciendo- en una quimera.
Pero cuando pasa algo real, que trasciende las pequeñeces morales y moralistas, se demuestra que no sabemos dónde estamos y que nuestras instituciones no nos sirven para enfrentar problemas de verdad. Sacrificamos las existencias, los planes personales y los ahorros de una población acuciada por los impuestos, para mantener un estado del bienestar en el que creemos que cabe todo, desde las agendas de la ciencia ficción a los más vulgares ataques al principio de igualdad, pasando por el despliegue de derechos minoritarios absurdos. Y cuando esa misma población necesita ayuda frente a un desastre, cuando exige el mínimo de seguridad que ese estado debería proporcionarle, inventamos nuevas quimeras. Cenizas a las cenizas, polvo al polvo, fango al fango.