En apenas veinticinco años, el paisaje humano de las Balears ha experimentado un cambio tan profundo que en muchos aspectos ya cuesta reconocer los rasgos que han caracterizado la sociedad insular, una tendencia que no muestra indicios de cambiar. En unas generaciones serán menos quienes se lamenten de la pérdida de las Balears de ayer, como Stefan Zweig, si bien por muy diferentes razones, con su mundo.
Así se desprende del censo de población correspondiente a 2023 del Instituto Nacional de Estadística que refleja como desde el año 2000 el tanto por ciento de residentes no nacidos en Balears se ha incrementado del 35 por ciento al 47 por ciento. Muy por encima de la media española que muestra una menor mezcla de culturas y nacionalidades, en torno al 30 por ciento de no originarios de la comunidad donde residen. Y si se tiene en cuenta que la previsión de crecimiento poblacional para los próximos quince años supera el cuarto de millón de personas, también el porcentaje de procedencia de gentes de fuera de las Islas será mayor. Una nueva realidad que desdibuja la identidad tradicional de la sociedad balear sin que se aprecien síntomas que inviten al optimismo. La lengua y la cultura propias quizá sean el primer instrumento de adhesión a la comunidad de acogida. Sin embargo, la estadística tampoco es alentadora: según el Anuari de l’Educació 2024, el 76 por ciento de los menores de 20 años no usa nunca el catalán en familia, un porcentaje que se incrementa hasta el 86 por ciento por lo que se refiere a las relaciones de amistad. El aumento de la población, a la que hay que añadir la presión turística, tiene evidentes consecuencias sobre la calidad de los servicios, educación, sanidad y sobre la misma calidad de vida. Si las mayores dificultades de circulación pueden ser atribuibles a la temporada turística alta –según el estudio del Consell de Mallorca algunos días de agosto sobraron entre 90.000 y 120.000 vehículos en las carreteras–, el hecho de que sean necesarias casi 150 aulas modulares para proveer de clase y pupitre a la población estudiantil no tiene nada que ver con el cómputo turístico.
El dato poblacional ha de ser sin duda uno de los ejes centrales de la negociación de la financiación autonómica, precisamente para paliar carencias educativas como la reseñada. En el caso que tal negociación vaya más allá del acuerdo entre Sánchez y ERC para el establecimiento del concierto económico catalán, a cambio de estar en La Moncloa. El sanchismo repite incansable que el pacto catalán es una oportunidad y que habrá más dinero para todas las comunidades. Sin precisar de dónde va a salir, aunque no hay que ser un genio de la economía para pensar en los impuestos. Enfrente, las comunidades autónomas del llamado régimen común –Balears lo es– que auguran un peor reparto de lo que vaya a quedar después de haber respondido a las exigencias del independentismo catalán.
Aunque hay sectores que entienden la vía de financiación catalana como una oportunidad para Balears.
Uno de los grandes de la historiografía nacional, Jaume Vicenç Vives (1910–1960), escribió: «No hi ha possibilitat de cultura o de vida política i econòmica sense l’existència d’un grup humà que comprengui els objectius a assolir per la societat que governa o dirigeix». Para hacerse preguntas.