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Esto es tan pequeño que tengo la suerte de encontrarme, a menudo, con usted, querido lector. No cabe duda de que, más de doce años después, puede que haya comulgado con alguna de mis irónicas opiniones. Me hincho cada vez que me felicitan. Es el ego. Gracias. Pero el mérito no es mío. Hasta un niño de diez años que sea capaz de escribir seguido podría despacharse a gusto en esta columna que sostiene. La actualidad es tan generosa y estrambótica, que no es difícil meter el dedo en la llaga. Hoy, por ejemplo, solo con decir Íñigo Errejón, cualquiera puede hacer un comentario al azar con el que conseguir el aplauso del vulgo.

Algunos de los personajes que nos revolotean llenan asombrosamente las páginas de la actualidad con situaciones que llegan al esperpento. Vivimos en un planeta donde habitan miles de personajes a los que todo se la sopla. Les da igual todo. Desafían al mundo como si ellos no formaran parte de él. Individuos llenos de soberbia que se creen inmortales y que se vienen arriba diciendo a los demás que no hagan lo que ellos practican. Los mismos que la liaron parda con el beso de Rubiales son ahora sospechosos de ser autores de actos deplorables y propios de depravados. Es desconcertante, triste y lamentable. Las mujeres lo tienen jodido si son justamente sus voceros los que en la intimidad llenan de mierda sus discursos.