José Luis Sampedro decía que nos contentamos con reivindicar la libertad de expresión cuando lo verdaderamente importante es defender la libertad de pensamiento. Estamos tan condicionados por nuestro origen, nuestra educación, nuestro entorno y por los infinitos mensajes que recibimos a diario que no nos damos cuenta de que nuestras reacciones están totalmente condicionadas de antemano. No somos libres, aunque creamos serlo. Si vamos en el autobús o paseando por la calle y vemos a una persona que encaja con nuestro canon de belleza automáticamente proyectamos en ella infinidad de valores positivos. Por el contrario, si esa persona no cumple con nuestro canon, lo que proyectamos inconscientemente en ella es todo lo negativo. No hemos cruzado con esa persona ni una sola palabra, ni siquiera hemos escuchado su voz, pero proyectamos todos nuestros prejuicios sobre ella sin darle la menor oportunidad. No podemos evitarlo. Ahora bien, ¿ese canon de belleza que tenemos tan interiorizado y que condiciona nuestra primera impresión es realmente nuestro, o está condicionado por todos los estímulos que recibimos desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir? Una y otra vez nos recuerdan que juventud es sinónimo de belleza, que cultura sólo debe ser entretenimiento, y una y otra vez nos esconden todo aquello que pueda poner en cuestión esos mensajes: la vejez, la enfermedad, la pobreza, la muerte…
Tribuna
Libertad de pensamiento
26/10/24 4:00
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