Nunca lo he probado, prefiero el whisky, pero lo de mandar debe dar un gusto extraordinario o nadie soportaría lo que hay que aguantar para lograr un cargo medio en la cadena de mando, y no digamos para llegar a presidente del Gobierno, aunque sea un Gobierno autonómico y regional.
Para empezar, esperar años y años en el pasillo, acatando centenares de órdenes ridículas y vejatorias de los superiores que ya estén al mando, o peor aún, de sus despóticos subalternos. Mejor nos saltamos este tiempo de espera y aprendizaje, en el que muchos se desloman por exceso de reverencias, o se vuelven locos intentando adivinar qué le gusta al líder.
Porque si tras décadas de frustraciones al fin alcanzan el objetivo (el poder, de qué otra cosa estamos hablando), con el alma hecha unos zorros por el resentimiento acumulado, entonces la cosa se pone más fea y ni tiempo tienen de celebrarlo. Por el pavor a perderlo tras tanto sacrificio (el poder), que les hace mirar con recelo a quienes más les aplauden, y porque entonces, además de críticas feroces que desprestigiarían a un santo, tendrán que encajar a diario, como nuestro presidente del Gobierno, toda clase de gruesos insultos (corrupto, por ejemplo), y acusaciones tremendas de juzgado de guardia, no sé, como la de ser el cabecilla de una organización criminal. Mandar tiene que dar un gusto inimaginable para que eso te compense.
Seguramente se trata de una droga durísima, muy adictiva pero perfectamente legal, porque nadie en sus cabales aguantaría esos efectos secundarios, ni se dejaría el pellejo intentando empoderarse más. Ah, el poder. La gran pasión de todos los capullos que en el mundo han sido. La gente contempla con irritación y desdén esas luchar por el poder, pero tampoco es cuestión de compadecer a los que mandan, con el gusto que están pasando. Y a todas estas, la gran pregunta. Mandar, vale. ¿Pero qué? ¿Para qué? No sé si eso tuvo importancia alguna vez, o en según qué ocasiones, pero desde luego ahora ya no tiene ninguna. Ni siquiera se buscan excusas o argumentos para ello. Mandar porque sí. Mandar por mandar, que es donde está el gusto. Nihilista, pero gusto. Nunca lo he probado, hablo por referencias.