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Fue un sueño. En él, siete hombres magníficos    decidían, movidos por sensatez y coraje, salvar el prestigioso circo fundado un dos de mayo de 1879 en Madrid ( y de cuya troupe actual formaban parte) propiciando democráticamente la caída del jefe-trapecista, el suyo, el    puto amo de la carpa desprestigiada. Y, como es bien sabido, cuando el director del espectáculo la espicha, sus hasta entonces fieles servidores le abandonan, buscando nuevo oficio, ante la incredulidad del caído. Nadie sabía, en esa ensoñación, si la sorpresa (¡traidores!) había sido mayor para el cesado o, por el contrario, para doña María Atchís Montería, «pelota» y palmera. Su principal virtud había sido    la de reírle, con inusitado fervor, las gracias al, hasta aquel momento, amado líder. En tu sueño, la susodicha hallaba empleo, una vez deshecho el chiringuito, en un acuario, trabajando junto a las focas, por aquello de que estas últimas eran harto hábiles en el arte de aplaudir... Como ella, «má o meno»…

Una segunda decepción la sufría, desde la distancia de los valientes, un tal ‘Puigdelamotagne’, que tenía entrada    (adquirida en el T.C.)    para contemplar, in situ,    el espectáculo circense ahora cancelado. De hecho, y a tal efecto, esperaba únicamente el momento oportuno para regresar y deleitarse con los aprietos en los que solía meter al derribado dirigente. «L'hem ben fotuda. I jo que el tenia ben agafat pels ous!». No obstante, en tu historia onírica, Puigdelamotagne obtenía nuevo y suculento puesto en un espectáculo europeo actuando de escapista’.    Sus acólitos, paralelamente, se las arreglaban bien, al haber vendido una Caja vacía que, en el pasado, habían vislumbrado como única y bien surtida… ¡Ay, el azar!

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Quienes, por otra parte,    se ganaban el yantar sumando, ahora abandonaban las matemáticas porque, al fin y al cabo, era más rentable añadir que restar. La ‘Yolanda’ hacía de tertuliana en ‘La Séptima’ y Orejón’ actuaba como niño en serie infantil de la susodicha y leal cadena… Por no hablar de los de ‘Tildu’ que, desasosegados, contemplaban cómo ciertas puertas no se abrían y sus    «coleguis» no podían, en contra de lo previsto, mudarse    de vivienda (¡con lo bien que se está en la estatal, con ese todo incluido, excepto, eso sí, la inmerecida libertad!).

¡Pedro! -exclamaban los desahuciados con igual furor a como Penélope hiciera con Almodóvar-. Y aunque los exempleados solían ser ateos no dejaban de inquirirse ahora un «Pedro, guapetón, ¿por qué siete de los tuyos te han abandonado?»

En tu sueño –lamentas la iteración– esos siete diputados (¡bastaba tan solo con siete con conciencia!) lograban devolver a esa carpa, a su partido,    la dignidad y el sentido de estado que le habían caracterizado, entre enfervorecidos aplausos del público, propio y ajeno. Y es que el espectáculo tenía que continuar. Pero un espectáculo límpido, basado en las creencias de 1879 e ideología y no en los narcisistas anhelos insaciables del jefe-trapecista… Ese que jamás había contemplado la posibilidad de caerse, hasta que tocó, anonadado, el suelo de la carpa/partido por él ultrajado… Y sonó, lamentablemente, el despertador…