En el mismo diario digital encuentro dos titulares que, quizás, tengan algo que ver y expliquen de algún modo lo que está pasando con la vivienda. Uno dice: «Málaga, una ciudad cada vez más ajena: ‘Nuestro casero convirtió el piso en una vivienda turística para 13 personas’». El otro: «Viajar ya no está al alcance de todos los bolsillos: los hoteles disparan sus precios a más de 146 euros por noche». Todos vemos que viajar se ha convertido en una especie de obligación, un deseo generalizado. A ojos de muchas personas, si viajas te conviertes en un remedo de superhéroe y si no lo haces, en un pringado. Las redes sociales tienen un papel importante en este fenómeno y el encierro forzoso de la pandemia, también. El origen, sin embargo, está en la democratización del viaje que llegó con las compañías aéreas low cost. Gracias a ellas millones de personas de clase trabajadora que jamás habrían podido permitirse conocer lugares tan remotos como el sudeste asiático, hicieron su sueño realidad, porque allí el hospedaje y el resto de los gastos son baratos. Pero, ay, España se ha subido a la parra como destino turístico y los enclaves más demandados se han vuelto lujosos.
El rayo verde
El problema
06/10/24 4:00
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