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Hace unos meses hubo un revuelo de los que solo el Gobierno del marido de Begoña sabe provocar y fue cuando para desviar los titulares de las destapadas presuntas corruptelas del entorno de Ferraz apareció el globo sonda del llamado «bono porno» o popularmente bautizado como «bono paja». Según se dijo en su momento se trataba de un carné digital válido para treinta días y de treinta accesos. Vamos, que al actual gobernador del Banco de España y por entonces ministro del marido de la Begoña se le debieron encender las bombillas al ver alguna luz roja por el camino.

Han pasado ya los meses, Escrivá ha pasado a mejor vida, han salido nuevos titulares de corruptelas y uno desconoce si el llamado «bono paja» ha entrado en vigor o por el momento espera a que llegue la Navidad por aquello de que Papa Noel vestido de rojo venga cargado de ellos. ¿Se imaginan que en las campañas navideñas se regalaran esos bonos? ¿Acaso no se regalan bebidas alcohólicas y productos tabacaleros?

Y ahora, cuando el llamado cambio climático nos ha dejado sin verano, cuando las fiestas de pueblo han pasado también a mejor vida, el ministro Grande-Marlaska propone -al menos él lo hace público- reducir la tasa de alcoholemia para la conducción de vehículos. Unos hablan de tolerancia cero y otros de bajar la tasa.    Sin duda, otro frente de despiste y todos a opinar sobre el tema. Supongo que quienes beben tendrán algo que decir al igual que los restauradores y personal afín.    Y cómo no, el resto de los usuarios de la vía. Al final serán, como siempre, los políticos quienes digan la última palabra.

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Y uno se pregunta ¿por qué no imponer también el bono alcohólico o un registro parecido al de la ludopatía? ¿Se imaginan que para consumir alcohol en un establecimiento de restauración o de bebidas tuvieras que acceder mediante un bono con un determinado número de consumiciones al día?

¿Se imaginan que, en las fiestas patronales de Menorca, las pomadas estuvieran limitadas a un numerus clausus? ¿Y la barra libre o el todo incluido?

Sin duda para el caso del consumo del alcohol y de los productos tabacaleros, el Estado tiene otras fórmulas más ventajosas. La subida de los precios y los impuestos ya es suficiente terapia para que uno intente suavizar el consumo y que Hacienda no se resienta. Ni el restaurador. Vamos que, aunque el consumo baje las ganancias no se ven alteradas.

Así no es raro que la economía de nuestro país -con tesis plagiada con un color más bien oscuro- vaya como un cohete, aunque eso sí,    al marido de Begoña le hubiera faltado añadir aquello de «un cohete borracho».