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Soy un tipo promedio. No es algo de lo que me enorgullezca, pero es lo que hay y no me cuesta nada admitirlo. Eso sí, tengo un superpoder: sé escuchar. Por eso a la gente le gusta contarme sus cosas. No ando interrumpiendo a las dos frases para meter mi filete, no le doy foco a mis puntos de vista si antes no me los piden. Soy capaz de estar plantado frente a mi interlocutor escuchando su perorata sobre el sentido de la existencia.

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Algunos se confundieron y me tomaron por sabio, lo que ocurre es que, cuanto menos abres la boca, más posibilidades tienes de no desenmascararte. Además, saber escuchar tiene otra ventaja: la gente se sincera contigo, te abre las puertas de su casa interior y las casas interiores, ya se sabe, siempre guardan sorpresas. Otro canto es cuando escribo. Cuando le doy a las teclas, cedo mi voz a alguno de los muchos narradores que llevo dentro. Bien mirado, es otro modo de saber escuchar. Cierro el pico y escucho todo lo que tienen que decirme. De ahí nacen mis artículos, mis poemas, mis novelas. Y a usted, ¿qué le cuentan sus narradores?