Venezuela atraviesa una situación dramática tras las elecciones del 28 de julio, en las que Edmundo González obtuvo una clara victoria. Sin embargo, como era de esperar, Nicolás Maduro no respetó los resultados, forzando al líder de la oposición al exilio para perpetuarse en el poder. El país ha caído en una dictadura en la que los derechos humanos son violados sistemáticamente, y en la cual la represión al disidente, con detenciones y asesinatos, está a la orden del día.
La manipulación de los resultados electorales por parte de Maduro es evidente, tanto que ningún país de América Latina lo ha reconocido como legítimo vencedor. Todos han pedido la publicación de las actas electorales que certifican la victoria de Edmundo González. Cuando ni los políticos más izquierdistas de la región reconocen la victoria de Maduro, queda claro que el drama político y social ha alcanzado proporciones alarmantes.
El rechazo a Maduro radica en las devastadoras consecuencias de sus políticas bolivarianas. Venezuela sufre una crisis brutal sin precedentes. Aun sin datos oficiales, se estima que la pobreza afecta a más del 50% de la población y uno de cada tres niños en edad escolar no puede asistir a clases. Esta situación ha forzado a cientos de miles de ciudadanos a huir a países vecinos como Colombia, Perú, Brasil o Ecuador, por el caos de un país que la dictadura de Hugo Chávez primero, y luego Maduro, ha destruido por completo. España también se ha convertido en una de las principales naciones receptoras de migrantes venezolanos. Más de 400.000 han llegado a nuestro país, debido a nuestros lazos históricos y culturales. Según las organizaciones humanitarias, más de 7,7 millones de personas han dejado Venezuela.
Por eso, ver los movimientos de Zapatero, un expresidente de España, blanqueando a la dictadura de Nicolás Maduro, produce un profundo bochorno. Con tantos países con los que establecer relaciones económicas, es incomprensible que se mantenga una conexión con un régimen que tortura, asesina y expulsa a la oposición. Lo más grave es que lo hace avalado por el Gobierno de España, que ha optado por un papel tibio y una actitud complaciente con Venezuela.
Las imágenes de Delcy y Jorge Rodríguez coaccionando a Edmundo González dentro de la embajada de España son de absoluta vergüenza internacional. Con la inacción o complicidad del embajador español, díganlo ustedes como quieran, Edmundo González fue presionado para firmar un documento en el que se comprometía a abandonar la política activa y reconocer a Maduro, bajo la amenaza de no poder salir de Venezuela.
Que en estas negociaciones estuviera un colaborador de la máxima confianza de Zapatero es el reflejo perfecto del papel que ha jugado el gobierno español en esta crisis.
Edmundo González, pese a estar exiliado en España, sigue bajo amenaza porque su familia continúa en Venezuela, donde la dictadura no ha mostrado reparos en tomar represalias brutales contra los opositores. Maduro lleva años encarcelando y asesinando a aquellos que piensan diferente. No sorprende que los que pueden y tiene suerte, huyan lejos.
Y ante todo este drama tenemos a un Pedro Sánchez ausente. Un presidente capaz de liderar el reconocimiento de Palestina en toda Europa, pero que guarda silencio con la dictadura de Venezuela, un país hermano con el que España tiene profundos lazos. La sensación es que se está allanando el camino a la consolidación de la dictadura de Maduro, pero ojalá nos equivoquemos, por el bien de Venezuela.