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Las palabras que siguen se fundamentan en documentos consistentes y en juicios razonados. Cartago, capital del Estado púnico en el norte de África, en la actual Túnez, fue fundada por emigrantes fenicios de Tiro a finales del siglo IX a.C. Como es sabido, tras la caída de Tiro, Cartago se independizó como Estado republicano, que rivalizaría con Sicilia y después con la República romana, ya en el silo III a. C., enfrentándose a Roma en sendas guerras púnicas, disputándose ambas repúblicas el poder político y económico en el mar Mediterráneo. A mediados del siglo II a.C., Cartago fue destruida totalmente al término de la tercera guerra púnica, en el 149-146 a. C. por el general Escipión Emiliano.
Cartago pasó de poseer casi un millón de habitantes a unos 50.000, que fueron vendidos como esclavos. En el año 46 a. C., Julio César visitó el sitio durante el transcurso de su guerra civil contra el Senado y su antiguo colega político Pompeyo, y decidió reconstruir Cartago por ser un lugar estratégico.

Asesinado Julio César en el año 44 a.C., al poco de alcanzar el poder absoluto, fue sucedido por Octavio Augusto, que estaría en el poder durante 56 años, el cual fundó la Colonia Julia Cartago en el 29 a.C. La ciudad prosperó enormemente y se convirtió en la capital de la provincia romana en África, sustituyendo a Útica. El gran puerto de Cartago exportaba trigo africano a Roma; llegó a tener 40.000 habitantes, siendo la segunda ciudad más importante del Imperio romano (circo, teatro, anfiteatro, acueducto y termas de Antonino), con alcantarillado y agua en la ciudad.

El cristianismo comenzó a consolidarse en Cartago en el siglo III, convirtiéndose en un importante lugar de la cristiandad. Sobresalieron allí importantes figuras de la Iglesia católica, como el obispo San Cipriano, en torno a 248; Tertuliano, escritor eclesiástico, que nació y trabajó en Cartago durante la segunda mitad del siglo II y primera centuria del siglo III; San Agustín, obispo de Hipona, a finales del siglo IV y comienzos del V. En plena decadencia imperial, durante las invasiones bárbaras, Cartago fue refugio de quienes huían de los invasores. En 425 comenzó a ser atacada por los vándalos y sucumbió en el año 439. Los vándalos, gobernados por el rey Genserico, conquistaron Hispania y después se desplazaron a Cartago, que se convirtió en una nueva capital, iniciando la conquista de Baleares, Córcega, Cerdeña y Sicilia, ganando así dominio en el mediterráneo.

Gradualmente aquel reino entró en decadencia. El enfrentamiento con la Iglesia católica, junto a incursiones de bereberes, debilitaron el reino y facilitaron la reconquista por el general bizantino Belisario en el año 534 (batalla de Ad decimum, 13 de septiembre, en 533).

Tras la reconquista, por parte de los romanos orientales y la dispersión de los vándalos, la ciudad fue renombrada por Belisario como Colonia Justiniana, en honor al emperador Justiniano I de Bizancio, que marca el cenit bizantino; y Cartago volvió a ser capital de una provincia romana. El exarca Gregorio, en 641, sufrió ataques árabes, perdiendo algunas ciudades (Alejandría, Damasco, Jerusalén); y en 705, Cartago fue devastada definitivamente.

Por su parte, Menorca había sido conquistada por los romanos en 122 a. C., al mando de Cecilio Metelo. Baleares formó parte de la Hispania citerior, dependiendo administrativamente de Tarragona; después Baleares formaría una sola provincia.

En tiempos de Constantino Magno, a inicios del siglo IV, el cristianismo comenzó a ser tolerado y en el 380, Teodosio, lo declaró religión dominante y exclusiva.

Menorca cuenta con un documento excepcional redactado por el obispo Severo en el año 418, que da noticia de la vida religiosa, cristiana y judía, en la Isla; así, como también da conocimientos de la actividad económica de la Isla. Afirma un libro agustiniano que en tiempos del obispo Severo se «edificó un convento bajo la advocación de Nuestra Señora de Gracia en el mismo lugar donde está enclavada la ermita». (Hernández Mora: JHM y Ermita de Gracia, Diario Menorca, 17/ 05/2022).

En Menorca se produjo una presencia mínima visigoda (por tradición se sabe que se continuó profesando el catolicismo); cuando se dividió el Imperio, la Isla quedó dependiente de Bizancio, que conllevaba la vigencia del catolicismo, hasta que se sucedieron algunos acontecimientos análogos y paralelos en el tiempo, a los experimentados en Cartago, a partir del año 427, cuando la isla fue tomada por Genserico y después recuperada asimismo por Bizancio en el año 534. Hubo algaradas sarracenas del 707 al 708, y un saqueo en el año 797; pero en ese año se rompe la analogía histórico-temporal entre Cartago y Menorca. Los menorquines en el siglo IX sufrirían una invasión escandinava; hay indicios de que la Isla dependió de Bizancio, al menos hasta el reinado de la emperatriz Irene (797 a 802). Consta que en el año 798 los isleños recurrieron a la protección de Carlomagno, obteniendo ayuda carolingia.

La carta Encíclica del obispo Severo (Epístola Severi Episcopi, 418, estudio preliminar de Eusebio Lafuente Hernández. Edición paleográfica y transcripción latina seguida de las versiones castellana y catalana de su texto, ediciones Nura, Menorca, 1981, 79 páginas), es el documento histórico más antiguo del cristianismo en Menorca. (Continuará).