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Uno de esos libros que marcan un antes y un después tras haberlo leído es La construcción social de la realidad, de los sociólogos Berger y Luckmann. Es un espectacular ensayo sobre la manera en que las sociedades se reproducen a sí mismas, hecho que tiene poco de natural. Nos movemos entre convenciones y no paramos de crear convenciones nuevas, antes con el arrastre inercial de las superestructuras ideológicas –por usar un término marxista en desuso– y sus afinados instrumentos de reproducción, ahora con cualquier tontolaba con Tiktok, con un micro al alcance o con una cámara lamiéndole la cara.

Y en esto llegó el CIS, cuya última encuesta, esa misma en la que no se pregunta sobre la monarquía, nos revela que para los españoles sus problemas con la vivienda, la sanidad o el desempleo son pecata minuta al lado del pavor que sienten por la avalancha de inmigrantes que se nos viene encima. La encuesta huele a caldo de puchero y tendría que haber empezado por preguntar al personal qué es lo que entiende por inmigrante, si un alemán residente en Mallorca, un jeque árabe instalado en el paraíso marbellí, un migrante vip ucraniano o un pobre campesino de Nigeria, negro y musulmán, que huye de la guerra y la pobreza y, ya puestos, que viene aquí a quitarnos el trabajo, abusar de nuestras mujeres y despilfarrar nuestros servicios sociales. Pero lo peor de todo es que el discurso xenófobo y racista de la derecha, no maticemos si más o menos ultra, está calando hasta los huesos.