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No creo que «viejo» sea un término despectivo. Tampoco lo es «inmigrante». Hay personas ancianas que parecen jóvenes, de mente y cuerpo. Yhay personas de diversas edades que han envejecido, que han perdido facultades, que sufren alzhéimer o demencia senil, que son dependientes y necesitan apoyo solidario de la sociedad. Son lo viejos. Cada día son más numerosos y requieren respuestas de la sanidad pública o de los servicios sociales, demandan    atenciones que no siempre se les puedan dar por la falta de medios o por su elevado coste económico. La forma de atender a una sociedad envejecida es uno de los grandes retos que tenemos, a corto plazo. La Ley de Dependencia ha dado algunas respuestas, está siendo un apoyo fundamental para muchas familias, pero la presión es enorme.

La lista de «desespera» de 412 personas mayores que esperan entrar en una residencia geriátrica es un cifra importante, pero me da la impresión que se queda corta. Hay muchas otras que están en condiciones de ingresar en un centro pero no reciben la puntuación suficiente en las valoraciones y por eso no engrosan esa lista. Están en grado I o II y no tienen opción de entrar en una lista que no se reduce, sino todo lo contrario, desde hace años. Yademás, como publicamos el 8 de septiembre, los proyectos para la ampliación de los geriátricos avanzan con mucha lentitud.

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A veces se percibe la idea de que los viejos molestan. Se demoran pruebas de diagnóstico en la sanidad pública que cuando pasan a ser una cita ya no son útiles. Y hay una lista enorme nunca escrita de personas mayores que precisan atenciones específicas que no se les pueden prestar porque no hay recursos suficientes o están mal repartidos.

Los políticos, los medios y la sociedad enfocan su interés hacia la inmigración. Es lo que más nos preocupa, según el CIS. Sin embargo, los viejos son más e importan menos.