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¿Cómo están, queridos lectores? Yo les tengo que confesar que esta última semana estoy pasando mucho miedo. Compré unos billetes de avión en la tarifa más baja, esa que te deja llevar contigo solo el DNI y un cepillo de dientes. Pues bien, la compañía aérea en la que volaré lleva varios días mandándome mensajes que asustan. Dichos mensajes se podrían resumir en: «pague algo más so rata para tener asegurado su asiento, no sea que le sentemos a usted en un ala y a su acompañante en la taza del WC. Pague otro poquito más para poder subir su mochila al compartimento de arriba, no sea que como la que lleva no quepa en el cenicero de la butaca le vamos a pedir las escrituras de su casa como aval para que pueda volar. Pague algo más don Tacañón y asegúrese un embarque prioritario con la gente guapa y neoliberal y no con la chusma de perdedores que seguro que viven de las paguitas y son rojos bolivarianos. Pague otro poquito más para asegurar su vuelo, nuestro seguro le cubrirá cualquier cosa menos incidencias climatológicas, huelgas de empleados, apagones inesperados, diarrea de piloto, aeropuertos colapsados, etc., pero eso lo ponemos en la letra pequeña y asunto arreglado».

Con ese tipo de mensajes, lo único que consiguen es hundirte la autoestima, que les des las gracias por tratarte como ganado y con que el avión no se caiga ya te des por servido. Debe ser el libre mercado y esas cositas, pero de los precios que ves publicitados a los que acabas pagando va un laberinto de clics y algoritmos que es desesperante.

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Llevo tres días sin salir de casa midiendo mi mochila de arriba abajo y de abajo a arriba, pesándola y sometiéndola a pruebas de resistencia a los estrujamientos como un científico loco. Me despierto con sudores tras una pesadilla en la que veo a una amable azafata acercarse a mí en la cola de embarque con un minúsculo artefacto, que parece de la inquisición, para que meta mi mochila y si no cabe se encenderán unas chillonas luces rojas, descenderán del techo unos antidisturbios entrenados por la empresa nazi que echa a la gente de sus casas, y me darán una terrible paliza a porra limpia, como si fuera un rapero metiéndome con el rey, para después trasladarme a Guantánamo y someterme a torturas a ver por qué, después de tanto aviso, no pagué lo que me dijeron. Quieren dejar claro que la culpa de todo es mía.

Me pregunto dónde quedó aquello de que el cliente siempre tiene la razón. Me vienen también a la cabeza aquellos trenes de siglos pasados donde la gente viajaba en primera con copa de champán y a todo lujo, en segunda con un banquito de madera y olor a lejía, en tercera sentados en el suelo y con gallinas en las rodillas, y sin billete y directamente escondidos en el vagón de carga porque no había un real en el bolsillo. Para que luego haya bobitos interesados, e ignorantes bien pagados, que nieguen la existencia de la lucha de clases. A los que olvidan que esta sigue siendo una batalla de clases les pongo en el mismo saco que a los tierraplanistas. Y recuerden, que no por ofenderse mucho se tiene razón. Lúpulo y feliz jueves.