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Seguramente nadie en Menorca que lea este escrito habrá conocido a Ludwig Most. Ludwig era un policía alemán que visitó Menorca como turista, y hará de ello unos veintiséis años. Era un gran profesional, buena persona además de buen esposo y padre.

La casualidad quiso que quien esto suscribe estuviera en dependencias policiales en el momento en que Ludwig visitara las mismas. Tras la presentación de rigor en la que supongo que ambos debimos chapurrear en inglés -al menos en mi caso, lo de chapurrear, me refiero-, nos intercambiamos los escudos correspondientes y nuestras direcciones. Y allí empezó todo.

Al poco tiempo recibí por correo -eran tiempos en que Correos no tardaba en llegar- correspondencia de Ludwig en la que me hacía llegar revistas, parches policiales, recortes de periódico en que se explicaba su labor profesional, fotografías... Tampoco faltó durante todos estos años la consabida y «obligada» felicitación navideña entre ambos.

El idioma no fue problema para la comunicación. Nos expresábamos Ludwig en alemán y yo en castellano. Si en un principio cada cual buscó ayuda en su entorno para traducir nuestras respectivas misivas, con el tiempo los adelantos informáticos favorecieron que las traducciones se hicieran mucho más cómodas, rápidas y no por ello, perdieran autenticidad.

Cinco minutos debió ser el tiempo máximo que contactamos personalmente. No más. Veintiséis años hemos mantenido este contacto. Ludwig se jubiló un par de años antes de que lo hiciera yo y se le observaba feliz junto con Marion, su esposa y Melanie, su hija. Y con sus hobbies. Por desgracia, la felicidad duró poco. El año pasado enfermó de una trágica enfermedad y a principios de este mes recibí el aviso de Melanie, su hija, de que Ludwig había fallecido.

La reflexión es sencilla. Cinco minutos con la persona apropiada pueden dar mucho más que toda una vida con coincidentes rellenando el entorno. Aquellos cinco minutos con Ludwig hicieron posible que un «alérgico social» -como me suelo definir a mí mismo- tomara afecto por alguien con quien solo tendría contacto por Navidad, manteniendo eso sí, la tradicional y cada vez más arcaica correspondencia navideña.

Hay una frase que, aunque no estoy completamente de acuerdo con ella, hay una parte de la que sí estoy convencido. La frase es de Luigi Pirandello, y dice así «Cuando un ser amado muere somos nosotros que no estamos vivos para él, pues él no puede pensarnos. Pero nosotros le podemos pensar y él está vivo para nosotros».

La muerte sin duda no es el final. Cuidaos, Marion y Melanie.

Descansa en paz Ludwig.

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