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Debido a la acción humana, el planeta Tierra está rodeado por una segunda atmósfera muy densa, casi tan polucionada como la primera, de relatos, discursos, historias, películas y series, que si por un lado nos permite respirar (no se puede vivir sin narraciones), por otro puede volverse asfixiante. Pues bien, en cualquier momento que se analice esa atmósfera narrativa, se constata que más de la mitad de su masa (a veces hasta el 74 por ciento del total) está compuesta por thrillers, ese género literario y cinematográfico de suspense, intriga y misterio que abarcar la novela negra, de terror, de crímenes o de espías. Abarca cualquier cosa, siempre que haya asesinatos. Sabes que estás en un thriller porque suelen empezar con el descubrimiento de un cadáver, mejor de una chica, y mejor aún si es muy truculento. A partir de ahí la acción se dispara, y todo lo que tiene que hacer el narrador o guionista si empieza a decaer, es conseguir que aparezca otro muerto (o muerta), y así sucesivamente hasta el último y sorprendente giro argumental. En fin, qué les voy a contar, todos saben qué es un thriller.

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Es, precisamente, el modelo de relato más abundante del mundo, el patrón narrativo de mayor éxito popular, digamos el carbono de cualquier compuesto literario, razón por la que es el preferido de los escritores, guionistas, productores y, ahora viene lo bueno, en las últimas décadas, también políticos a la búsqueda de un relato triunfador. La política siempre ha necesitado de relatos y ficciones para imponerse, lo mismo que las grandes religiones, pero ha tardado más tiempo en comprender que ese relato, cómo no, tiene que tener formato de thriller. Es algo que está en la atmósfera, y en cantidad. Así pues, lo primero que tiene que hacer un líder, en el Gobierno o en la oposición, es descubrir un crimen, y el correspondiente cadáver. Luego ya, para que no decaiga, tantos como hagan falta. Son muertos metafóricos, claro está, pero muy necesarios para el relato. De hecho, el PP ya lleva años dando por muerto al presidente del Gobierno, y al propio Gobierno. No es mentira, ni una idiotez, es el relato. Y en el presente, no hay más relato que el thriller. Un poco asfixiante, sí.