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La ciencia política debería incorporar un nuevo axioma aplicable a la relación entre partidos: a mayor decaimiento del teóricamente fuerte, más compensaciones obtiene el supuestamente débil. PP y Vox por un lado y Pedro Sánchez y los secesionistas catalanes aportan la comprobación empírica del aserto. «Estamos de vuelta» es el texto de apoyo a una fotografía de la presidenta Marga Prohens, junto a miembros de su entorno, caminando sonrientes y con decisión hacia el Parlament, al parecer difundida en alguna red social por un alto cargo del Consolat de la Mar para dar cuenta del final de agosto.

Dando por hecho que la ocurrencia es real, a la vista de la decisión del PP de mantener en la presidencia del Parlament a Gabriel Le Senne, habría sido mejor que no se dieran prisa en el regreso. Ahí está el partido alfa de la derecha cediendo una vez más ante un Vox en plena descomposición. El débil somete al supuestamente fuerte, aun y considerados rotos los acuerdos entre los dos partidos por decisión de Abascal a cuenta de la política de inmigración. Desde el PP se insiste en que Vox se auto fagocita a golpes de crisis internas pero entretanto los ultraconservadores tienen la llave de la estabilidad del Govern, porque así lo ha querido Marga Prohens. En este caso al precio de mantener en la presidencia del Parlament a quien ha demostrado maneras incompatibles con su alta responsabilidad. Será de ver la cara que se les queda a todos cuantos lo han permitido si va a más la instrucción judicial que se sigue contra Le Senne por un presunto delito de odio.

Por su parte, el independentismo catalán en su momento de peor retroceso electoral en muchos años obtiene de Pedro Sánchez cualquier objetivo que se plantea, desde los indultos y la innoble amnistía a los golpistas hasta la independencia fiscal que es lo que significa el acuerdo entre el partido de Sánchez y ERC, por muchas piruetas semánticas del tipo habrá más dinero para todos con las que el gobierno pretende disimular la    salida de Catalunya del régimen común de financiación de las comunidades autónomas, en detrimento de las mismas. La inseguridad del propio Pedro Sánchez ante el revuelo organizado en su partido por el trato de privilegio financiero a Catalunya le ha llevado a uno de sus golpes de efecto: anticipa en un año el congreso del partido con el fin de convertir el encuentro en un plebiscito a sí mismo al tiempo que obliga a la organización a aceptar el modelo territorial que decidan los secesionistas y la Generalitat de Catalunya. Ya es larga la lista de ministros, cargos y barones del sanchismo que se tientan la ropa y repasan si han sido suficientemente activos en la defensa de las decisiones del presidente y de su familia. Las dudas se refieren únicamente a la extensión y profundidad de la purga interna que sucederá al congreso partidista. Salvo los muy entregados, nadie está a salvo, ni siquiera la presidenta del Congreso de los Diputados. Alguna información (Ana Martín en El Debate) sitúa a Francina Armengol en el paquete de delegados territoriales a sustituir: Sánchez pretende    blindar su liderazgo y «asegurarse de controlar la sucesión de barones como Javier Lambán, Concha Andreu, Francina Armengol y Angel Víctor Torres y hacer limpieza interna». Quién lo iba a decir.