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España es ya un país que debe mucho más de lo que genera. La deuda pública supera el billón seiscientos mil millones, una cifra difícil de concebir, que crece a razón de 200 millones diarios, y el déficit anda por los cincuenta mil millones. Esto solo revela que nadie saber cuadrar las cuentas, ni a nivel municipal, ni autonómico ni, por supuesto, estatal. Todos deseamos vivir en un país con servicios de primera, desde las pensiones a la educación, la sanidad, las carreteras, aeropuertos y fuerzas de seguridad. Y todos queremos tener buenos sueldos para permitirnos disfrutar de una vida confortable. Pero eso solo es posible en países ricos, con grandes recursos y bien gestionados. El nuestro no lo es.

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Arrastramos déficits en casi todo desde hace medio siglo y el modo de los gobernantes de tirar para adelante es gastar y gastar como si no hubiera un mañana. Desde Europa hacen un poco la vista gorda seguramente convencidos de que, en caso de meternos mano dura como hicieron con Grecia, el desempleo y la miseria se convertirían en lo mayoritario y eso no le conviene a nadie en una nación del tamaño de España que debe sostener a nueve millones de pensionistas. Pero ¿alguien percibe interés por parte de las autoridades de ir ajustando el cinturón? Al contrario, vivimos en una fiesta eterna. Y lo será durante un par de décadas, las que les quedan por vivir a los hijos del boom demográfico de Franco. Cuando esa generación desaparezca solo quedarán los que hoy son jóvenes, con salarios de mierda, que se habrán hecho mayores sin poder alcanzar ninguno de sus sueños. Dicen que Alemania ofrece salarios de 2.500 euros sin formación, experiencia ni conocimiento del idioma. ¿Quién puede igualar eso?