Estar unas semanas desinformado de asuntos nacionales, que es a lo que he dedicado preferentemente mis vacaciones, ha sido un alivio extraordinario. El cerebro me funcionaba mucho mejor, más suelto y relajado, como si cavilase sobre una película de aceite de oliva, resbalando de un pensamiento a otro. Y hasta he tenido la sensación de haber rejuvenecido en estas semanas de asueto informativo, aunque eso sí, un rejuvenecimiento de solo unas semanas, por lo que sigo igual de viejo y fatigado. Sobre todo, ahora que han terminado y en lugar de aceite discurro sobre papel de lija. La materia de la actualidad.
Ahora bien, si estar desinformado durante varias semanas (hasta de las Olimpiadas me libré) provoca estos efectos beneficiosos para el cuerpo y el espíritu, me pregunto a qué estamos llamando hoy en día información. A una intoxicación de declaraciones rimbombantes, tremebundas alarmas y cosas que dijo uno en respuesta a las que dijo otro. Fruslerías, pero que en elevadas dosis son muy tóxicas, y por tanto, exigen curas de desintoxicación. De desinformación. Si informarse es ingerir cantidades masivas de falsedades y necedades urdidas para desinformar, mejor que cada cual se desinforme por sí mismo haciendo oídos sordos.
Yo sé hacer oídos sordos estupendamente y sin esfuerzo, sobre todo en vacaciones, y la ventaja de este método es que te desinformas sin llenarte la cabeza de chorradas informativas, por lo que queda hueco y espacio para que deambule libremente tu fuero interno, a sus anchas. Una sensación extraña, pero muy agradable, que es para lo que sirven las curas de desinformación, o desintoxicación. Para aligerar el espíritu. Maravillosa ligereza. Claro que es una cura temporal que dura poco, se recae enseguida, y a la que te descuidas ya estás otra vez asquerosamente informado. Ahora mismo, debo estar recayendo con solo dos telediarios.
Noto una pesadez mental de muy mal agüero, y ya sé lo que han declarado estos, los otros y los de más allá. Y las amenazas de los futurólogos. Plúmbeos, estos futurólogos. Ni siquiera el acontecimiento de que un hispanocatalán presida la Generalitat de Catalunya aplaca a los hispanomadrileños. Por lo demás, todo está más o menos como lo dejé a primeros de agosto. Creo que pronto necesitaré otra cura de desinformación.