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Me dijo: «No es tiempo de estar contenta. No lo es. El tiempo es, ahora, otro. No conjuga el contento ni con el estado físico de mi madre, ni con el despiste adolescente de mi hijo, ni con mis perspectivas laborales. En el hogar en el que los tres convivimos no es tiempo de estar contentos; es tiempo para la tristeza… asta también tiene su derecho y dignidad». Me prometí a mí mismo no equivocarme más en este punto. Intentaré siempre distinguir las condiciones vitales de aquellos con los que trato. Recuerdo ir acompañando a un colega que arrastraba sus pies sobre la acera en busca de farmacia. Un conocido lo ve y le pregunta «¿què te passa, tio?» Y él, con voz quebrada, le responde «Tot el cos em dol, Pere, estic al baix». Y ese Pere le endilgó: «Compra’t un àtic, idò, i estaràs amunt».

¿Maldad? No, ¡inconsciencia frívola! No se puede ir por la vida de eterno gracioso con la frase hecha para echarla venga o no a cuento. Los chistes solo son graciosos en los tiempos oportunos. Respetemos los tiempos de quien decimos amar. Escribió Cohélet en el siglo III aC.: «Cada cosa tiene su tiempo bajo el cielo», y el tiempo de los desvalidos no da para bromas. Tan improcedente es negarle la sonrisa al amigo contento, como negarle la compasión al amigo que sufre.