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Jesucristo es para el cristiano el maestro y el modelo. San Pablo nos dice que hemos de aprender de tal manera que hemos de revestirnos de Cristo. Los evangelios nos narran en diversas ocasiones como Cristo se retiraba a un lugar solitario para orar. Especialmente lo hacía cuando debía tomar una decisión importante. Sus discípulos le sorprendieron varias veces orando y no pudieron más que pedirle que les mostrase a orar. Entonces el Señor les enseñó el Padrenuestro que viene a ser un resumen de lo que le hemos de pedir al Señor y de la disposición de cómo hacerlo.

Según él, en primer lugar, hemos de reconocer a Dios como nuestro padre. Dirigirnos a Él con la confianza propia de un hijo,    reconociendo su bondad y omnipotencia que adoramos con todo nuestro corazón. Le pedimos que venga a nosotros su reino, algo tan sencillo, pero, a la vez tan complejo: un reino en el que domina la Verdad, en contraposición a la falsedad y la mentira, en donde sepamos a qué atenernos en nuestra conducta para alcanzar nuestro fin último y, por tanto, vivir la vida en su verdadero sentido para que sea santa y cuente siempre, apuntalando nuestro esfuerzo, con la gracia de Dios. Una vida regida por la justicia en las relaciones con todos los demás y con el poder constituido; que más allá de la justicia reine el amor y, como consecuencia, la paz. La norma que para todo ello nos da es cumplir siempre su voluntad. Para lo cual hemos de asimilarla y ponerla por obra. En cierta ocasión Jesús vino a decir que mis parientes, mis hermanos y mi madre -es decir, las personas queridas- son las que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra. En la segunda parte le pedimos por nuestras necesidades, tanto materiales como espirituales; perdón por nuestras ofensas, teniendo en cuenta que perdonamos a los que nos ofenden; que no nos deje caer en la tentación, que siempre tendremos, y nos libre de todo mal. Una oración completísima.

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Hemos de orar sin interrupción y con el convencimiento y la fe de que la oración es omnipotente. Nos lo ha dicho el mismo Cristo: «Todo lo que pidáis con fe lo recibiréis. Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; y el que busca encuentra; y al que llama se le abrirá. Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra sobre cualquier cosa que quieran pedir, mi padre que está en los cielos se lo concederá. Todo lo que pidáis en la oración, creed que ya lo recibisteis y se os concederá. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. Si le pedís al Padre algo en mi nombre, os lo concederá». ¿Quién nos puede dar más garantías?

San Agustín, cuya fiesta celebramos el próximo miércoles, nos dice por qué a veces no se nos concede lo que pedimos: porque pedimos mal, porque somos malos o porque pedimos cosas malas. Hemos de hacerlo con fe, humildad y perseverancia; con verdadera piedad, con amor y confianza de hijos; y no pedir cosas que nos perjudiquen. El Señor sabe bien lo que nos conviene y muchas veces nos concede cosas buenas de las que no nos damos cuenta, por lo que hemos de agradecer al Señor todas sus gracias incluso aquellas que no conocemos. La oración de avalora con el sacrificio. Y si, para más abundancia, queremos asegurar su eficacia podemos acudir a la intercesión de algún santo o a la más poderosa de la Virgen María.