La memoria histórica en España es un tema que suscita pasiones y controversias, especialmente cuando se aborda desde perspectivas enfrentadas sobre los horrores cometidos durante la Guerra Civil (1936-1939). Si bien es común recordar y condenar los crímenes cometidos por el bando franquista, es crucial también reconocer y comprender los actos de violencia y brutalidad perpetrados por el bando republicano, que no por la República, específicamente en la retaguardia, bajo el control del Frente Popular, también conocido como el Ejército Rojo.
Durante la contienda, miles de personas fueron víctimas de una violencia desmedida que no distinguió entre combatientes y civiles. La represión en la zona republicana dejó una profunda marca en la historia, y algunos de los episodios más atroces cometidos por este bando merecen ser recordados como testimonio de la crueldad desatada en tiempos de guerra, dado el sectarismo del memorialista a sueldo del gobierno Zapatero primero, y ampliado por el gobierno Sánchez después.
Uno de los casos más estremecedores fue el de la beata Francisca Espejo, una mujer piadosa que sufrió un destino terrible. Fue violada y asesinada a golpes con la culata de un fusil antes de ser brutalmente descuartizada. Su crimen, motivado por el odio hacia su fe religiosa, es un ejemplo de la brutal represión que sufrieron muchos católicos durante aquellos años.
Otro acto de salvajismo fue el asesinato de Sor Apolonia, una religiosa que fue aserrada viva y, en un acto de crueldad indescriptible, sus restos fueron dados de comer a los cerdos. Esta barbarie refleja el odio visceral que algunos sectores del Frente Popular sentían hacia la Iglesia Católica y sus representantes.
Los asesinatos de los «Siete Padres de los Sagrados Corazones» son otro episodio oscuro de la guerra. Estos clérigos fueron ejecutados de manera brutal simplemente por su condición religiosa. El odio hacia la fe también se manifestó en los horrendos asesinatos de los 17 de Cóbreces, quienes fueron ahogados y descuartizados, dejando un rastro de horror y crueldad.
La violencia no se limitó a la jerarquía eclesiástica, sino que también alcanzó a laicos y figuras de autoridad civil. El fusilamiento del alcalde de Lérida, que había organizado una Cabalgata de Reyes durante el gobierno de Lluís Companys, es otro ejemplo de la represión ejercida por el Frente Popular contra aquellos que intentaban mantener vivas las tradiciones religiosas y culturales.
Los fusilamientos en Menorca, mi tierra natal, los podemos centrar en los del buque Atlante, en los ocurridos en el cementerio de Villa Carlos, los de La Mola, y los cinco de Ciutadella cerca de Ferreries, son recordatorios de la violencia desmedida que se desató en la isla. Estos actos, motivados por el odio político y religioso, dejaron una herida profunda en la memoria colectiva de Menorca que supo superar con generosidad de las partes y reconciliación mutua y que ahora se pretende reabrir con la aplicación sectaria de la ley de Memoria Histórica.
Hoy, la Ley de Memoria Histórica ha generado un debate sobre cómo se recuerdan estos hechos. Para algunos, parece que las víctimas se han convertido en culpables y los verdugos en héroes. Los monumentos, estatuas, calles, avenidas y estadios dedicados a personajes tenebrosos como La Pasionaria, Carrillo, Lluís Companys y Largo Caballero son vistos como una glorificación de figuras que, en su momento, estuvieron asociadas con actos de extrema violencia y represión. Lo cierto es que fue así. Léanse los cuatro volúmenes de las memorias de Azaña y lo certificarán.
Por ello afirmo que el relato de la Guerra Civil y sus secuelas no puede ser unidireccional. La violencia y el sufrimiento se extendieron por todo el país y afectaron a todos los bandos. Reconocer las atrocidades cometidas en la retaguardia republicana es esencial para tener una visión completa y equilibrada de lo que fue uno de los periodos más oscuros de la historia de España, también las del bando nacional, por supuesto. Solo así se puede hacer justicia a todas las víctimas, independientemente del bando al que pertenecieran, y garantizar que estos horrores no se repitan nunca más.