Escribo esto en miércoles porque al ser festivo el jueves, debo entregar mi artículo dentro de un plazo lógico. Además lo estoy haciendo bajo la anunciada amenaza climatológica pero que en estos momentos, aunque algo nublado, el sol destaca brillante y caluroso. He estado pensando que desde hace bastante tiempo estamos viviendo en un mundo de promesas que con el paso del tiempo acaban en nada.
Tal vez porque en el fondo nos gusta creer en ellas nos dejamos llevar sin oponernos. Se nos promete el oro y el moro y si somos adictos a ellas, hay quienes se convierten en auténticos profesionales de las mentiras esas que llamamos piadosas. Hasta en eso del querer existen auténticas chapuzas, he visto promesas amorosas convertidas en auténticos odios camuflados muchos de ellos bajo el tupido velo de que el tiempo lo cura todo.
No sé ustedes, pero yo no tengo tiempo de jugar al escondite de los sentimientos, prefiero más romper la copa que contenía el buen vino a pasarme el resto de mi existencia sediento por algo que ni me va ni me viene. Tendríamos que aprender a evitar promesas y situaciones que a nada nos conducen y a no quejarnos constantemente por creer que nos falta algo. Tenemos lo que queremos, deseamos y ganado a pulso con nuestro esfuerzo y todo lo demás, no son más que escollos que se nos ponen para encarcelar nuestras decisiones.