Un lunes de agosto del 2024, el profesor John Wilson fue a una playa virgen de la costa norte de la isla de Menorca. Caminaba torpemente debido a sus chanclas desgastadas. Iba cargado con su kit básico de playa, a saber: toalla, bañador, sombrilla, sillita, libro, gafas de sol graduadas, botella de agua, gorra, teléfono móvil, por eso de la adicción a las redes, pequeña libreta y bolígrafo para tomar notas que nunca toma, cartera y monedero de goma de neumático reciclado que siempre lleva petado de inútiles monedas de dos céntimos y las llaves del apartamento que le dejó un buen amigo de la isla que cada agosto abandona Menorca para refugiarse en un sitio fresco y feo para huir de las dos cosas que menos soporta en este mundo, el calor y la gente.
El ínclito Wilson llevaba un rato leyendo el famoso libro de su amigo y colega el catedrático en metafísica holística Braulio Hartogen Testoy «Consejos para soportar a la gente sin tomar ansiolíticos», cuando de repente levantó la vista del libro y vio una zódiac, procedente de un yate de lujo, atravesar las bollas que marcaban la zona de baño. El pequeño bote neumático fondeó con una pequeña ancla cerca de la costa y se tiraron al agua dos cayetanas de manual, dejando en la pequeña zódiac a un joven marinero de polo blanco y pelo cortado a cepillo aguantando los justicieros 34 grados que caían a plomo ese día.
Cayetana uno y cayetana dos nadaron un rato, charlaron en la arena, tomaron el sol y cuando se cansaron de tan agotadoras actividades hicieron una señal al marinero de polo blanco y pelo a lo cepillo para que les fuera preparando la escalerita para subir a bordo y todo lo demás que necesitaban.
Cuando embarcaron de nuevo el marinero les tendió gentil la mano, las colocó la toalla sobre los hombros y las acercó la botella de agua y el móvil. Cayetana uno se percató de que su marinero podía estar al borde de una lipotimia y mojó sus manos en el mar para pasárselas por la cabeza al marineo que tuvo que agacharse, en una forzada genuflexión algo ridícula, para que cayetana uno llegara con sus manos a la cabeza de su sirviente. La zódiac arrancó y los tres regresaron a esa burbuja en la que navegan por encima de los problemas de la Humanidad llamada yate de lujo.
Wilson, al que como ya saben la mayoría de ustedes la cabeza le va regular, pensó que esa escena que acababa de contemplar era una fotografía perfecta de este mundo de desigualdad y clasismo en el que habitamos. Pensó que nunca entendería el código de los ricos, porque por más pasta que tengas debes saber desdoblar una toalla tu solito. En fin, quizás la justicia sea que a los muy torpes les da su da su dios mucho dinero para que puedan pagar los servicios de las personas que sí que saben hacer cosas útiles de verdad. Recordó a quienes fueron los que no pudieron parar durante la pandemia, los esenciales, y se reafirmó en el convencimiento de que esa era su gente.
En fin, queridos lectores, espero que sin zodiac o con ella estén navegando por este agobiosto con la mayor paz mental posible. Lúpulo y feliz jueves.