«Tienes que venir a Menorca, está vacía, para nada masificada». Es la invitación que hizo por videollamada hace unos días en la pequeña cala de Biniancolla un turista vasco a un familiar mientras enfocaba con la cámara del móvil el agua cristalina. Una afirmación que llegó después de recorrer diferentes puntos de la costa sur en busca de un hueco libre para aparcar y nadar.
El debate sobre la carga que el turismo supone para la población, el territorio y los recursos va más allá de las cifras, que tanto evidencian números récord de visitantes como descensos de facturación en algunos sectores, y se aviva por la percepción de masificación que comparten muchos residentes con el auge de la presión humana y el aumento del número de vehículos que en verano colapsan diferentes puntos de la Isla.
Pero a la vista está que la congestión turística en Menorca, que lleva tiempo en el punto de mira, no es una cuestión sobre la que haya consenso ni sobre la que se apliquen medidas uniformes. A modo de ejemplo, el Ayuntamiento de Maó emitió el lunes un bando en el que reclamaba contención en el consumo de agua y anunciaba una reducción de la presión de la red y una limitación de carga para los barcos.
Unas medidas que llegan en un contexto de mayor afluencia de visitantes en el que no se descartan actuaciones más restrictivas si no se puede garantizar el suministro de agua a toda la población; y un hecho que demuestra una vez más que los recursos en la Isla son escasos.
En el otro extremo de la geografía menorquina, el Ayuntamiento de Ferreries ha ampliado el parking de Cala Mitjana con 150 nuevas plazas que han aliviado el tráfico a costa de saturar más la playa, que el verano pasado ya rebasó en un 251 por ciento su capacidad de carga.
La mayor afluencia de bañistas se ha constatado estos días poniendo en riesgo una zona de elevado valor natural, una de las consecuencias de la masificación turística que empieza a ser visible también en pequeños rincones del litoral insular que se salvaban de la saturación.