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Ya estamos en Agosto, el mes más veraniego es lo que muchos dicen y posiblemente el más caluroso. Ha llegado el momento de la gran trashumancia en lo que será la última etapa de la escapada del ser humano, si su bolsillo se lo permite, en busca de esos paraísos terrenales y que, al tomar posesión del espacio que le corresponde según lo invertido, se da cuenta de que no es oro todo lo que reluce y que esa paz soñada de siesta en hamaca, de silencio sepulcral solo mecida por el cántico de algún ruiseñor y la brisa rebotada con sabor a mar que vaya usted a saber de dónde le llega, como si alguien tijera en mano le cortara las sujeciones de esa hamaca, se da de narices en lo que es la pura realidad. Amigos, conocidos, colegas de curro se le presentan como si usted hubiera emanado algún extraño elixir cuyo rastro parecen haber captado todos esos energúmenos llegados del más allá.

Y usted se pregunta cómo diablos habrán sabido dónde se encuentra, pero eso es lo de menos, la cuestión es que han llegado dispuestos a devorar sus tortillas de patata y no dejar viva ni una triste cerveza de su nevera. Su apartamento se le asemeja a un trozo de panal chorreante de dulce miel al que mil moscas acuden. Pero el visitante coñazo no se va, qué va, solo se aleja para volver a atacarle de nuevo al día siguiente y así hasta el último día de lo que usted creía eran unas bellas vacaciones. Bellas no sé si lo serán, pero inolvidables le aseguro que sí, las recordará de por vida.