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Con las abiertas discrepancias, no exentas de crispación, que también manifiestan los políticos menorquines en las sesiones plenarias, seguro que más de uno ha estado y está tentado de increpar o lanzar alguna colleja a representantes ideológicamente opuestos en las corporaciones aprovechando el libertinaje de las fiestas patronales donde el alcohol y la excitación aceleran comportamientos no siempre adecuados.

Algo así le ha ocurrido a Mateu Aínsa, hasta esta semana portavoz del PPen el Ayuntamiento de Maó, donde su candidatura a alcalde se quedó a solo 89 votos de ser la más votada en las últimas elecciones.Su salida de tono en Es Castell y en un bar de Maó le han abocado a la dimisión Dalt la Sala cuando lideraba una oposición firme a Héctor Pons, aunque mantenga el cargo como director insular en una decisión, cuanto menos, contradictoria. Su grupo le echará de menos, pero el capítulo que protagonizó, siendo quien es, escapa a la compostura que debe guardar un representante público en plena calle. Que se lo apliquen todos, al margen de siglas e ideologías cuando llevan cuatro copas de más y están a punto de liarla parda.

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Quien más quien menos se ha visto envuelto alguna vez en una situación tensa, conflictiva y aderezada primero con miradas desafiantes, luego con exabruptos para acabar, en ocasiones, con empujones y forcejeos compartidos en los que puede liberarse algún sopapo.

Son escenas, lamentablemente, comunes en las fiestas de la Isla y en cualquiera de las que se viven en el país donde el alcohol ocupa un protagonismo que no mengua y cuyo consumo en exceso siempre implica riesgo. Las peleas entre jóvenes forman parte de la escenografía callejera en estas celebraciones, a veces especialmente violentas.

No son tan comunes, sin embargo, los incidentes entre adultos, y menos si son representantes de la cosa pública. Es lo que tiene beber demasiado.