¿Cómo están queridos lectores? Espero que con el ánimo suficiente para mantener a raya a mosquitos, cucarachas, hormigas, chinches, garrapatas, arañitas varias y toda esa fauna de insectos que, nos guste o no, acabarán haciéndose dueños del mundo. Basta observar cuántos patios y porches han sido tomados por los mosquitos tigres en tiempo récord. Ni con Ant-Man de nuestro lado salvamos esta bola.
Hoy hablaremos de una verdad incómoda que pocos quieren ver, allá va: los cruceros tienen morgue. Suele ser una sala refrigerada situada en la cubierta más baja y que puede albergar entre dos y diez cadáveres dependiendo del número de pasajeros. Parece ser que la gente se muere en los cruceros, en muchas ocasiones porque la edad de los cruceristas es muy alta. Desde Cruise Ship Critic calculan que doblan la servilleta y se va a otra dimensión unos tres cruceristas por semana. Y dicen las malas lenguas del mar que si en un crucero hacen la «fiesta del helado» es porque la morgue se les ha quedado pequeña y necesitan más congeladores para guardar los cuerpos. Podemos decir por tanto que en los bufets de los cruceros nunca falta fiambre (a este ultimo chascarrillo de humor negro le pones la voz de Matías Prats y queda aún más cutre).
Otro tema del que pocos quieren hablar es de las toneladas de mierda que le sueltan al planeta los megacruceros, y no nos referimos a los 7.600 pasajeros del «Icono of the Seas» cagando a la vez porque las gambas de la cena estaban justitas. Nos referimos a que un megacrucero puede contaminar lo mismo que cien millones de coches, casi nada.
La Organización Marítima Internacional, OMI, redujo el límite máximo de azufre en el combustible de los cruceros, pues bien, a pesar de esta nueva limitación un estudio de Transport & Environments demuestra que unos 218 cruceros europeos emiten la misma cantidad de azufre a nuestra castigada atmósfera que mil millones de coches, alucina con las cifras. Ese sueño de vacaciones en el mar en estos megabuques son una pesadilla para el planeta, solo comparable a ver en pantalón corto y calcetines blancos hasta las rodillas a algunos miembros de la tripulación.
En los cruceros el capitán y los oficiales suelen ser noruegos o italianos, primer mundo en todo caso, el personal cualificado son europeos occidentales y la mano de obra más explotada del sudeste asiático, sobre todo filipinos, caribeños o de Europa del Este, ya ven ustedes qué imagen tan bonita de la lucha de clases, y de un sistema neoliberal donde la meritocracia la tiran por la borda junto con el ancla. Además, en muchos megacruceros, que se ponen banderas según les convenga, los derechos laborales son seres mitológicos como las sirenas y el Kraken.
Cuando los de la sala de máquinas tomen conciencia, de nuevo, que sin ellos no hay barco que navegue y que si se hartan lo mandan a pique antes de que el capitán presida la cena de gala y se haga la foto hortera con cada crucerista, la cosa puede cambiar de rumbo y mejorar sustancialmente para los de las cubiertas inferiores. Hasta entonces mucho lúpulo y feliz jueves.
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