No sé si recordarán que no hace mucho comentaba que me había encontrado un tornillo en la calle. No, no creo lo recuerden porque era algo insignificante para ustedes, pero para mí no lo fue. Aquel día llegué a pensar si era mío, no de mis materiales de bricolaje, sino de alguna de mis neuronas, las repasé y llegué a la conclusión de que no era mío, lo cual me produjo una gran paz y tranquilidad. Hoy me he encontrado otro de tamaño algo superior y como soy conocedor de los de mi calibre lo he desechado sin más.
Los que tenemos la costumbre de ir observando lo que pisamos tenemos varias ventajas, evitas no reconocer a muchos plastas y chupa energías y al mismo tiempo te da la oportunidad de aumentar tus caudales económicos. Yo no doy paseo que no me encuentre alguna moneda, ningún billete, es cierto, porque supongo se los lleva el viento con más facilidad que el vil metal. Sé que mi vida no va a cambiar ni me voy a hacer rico con ello, pero sí menos pobre que cuando salí de mi casa. A los quince días llegué a recaudar tres euros en monedillas y con ellas me compré una lata de aceitunas rellenas y encima me sobró. En verano das con más porque hay más gente despistada y con prisas por el sol abrumador que pesa lo suyo, se sacan continuamente trastos del bolsillo, el móvil, las llaves del coche y tras ello como imantadas saltan las monedas que no veas, pero que ves.